Artesano quellonino revela la esforzada labor del carpintero de ribera en el Archipiélago
l Ricardo Mundaca I.
Hoy tiene un astillero en Quellón Viejo, donde desarrolla su ancestral oficio, pero sus inicios en el arte de construir lanchas se remontan a su más tierna infancia. Se trata de Nataniel Hernández, un carpintero de ribera, quien cuenta que "de niño, en el colegio, cuando me tocaba hacer trabajos manuales siempre hacía embarcaciones, botecitos a vela, todo lo que fuera madera".
Tal vez por su insistencia en el tema náutico, revela que su profesor no le prestaba mayor atención. Recordando aquella época dice que "esto me debía venir por raza. Mi papá era constructor acá en Chiloé, como él era suboficial de Carabineros hacía las patrulleras que eran de madera".
A pesar de esta cercanía con la vocación de su padre, no fue hasta tiempo después que trabajaron juntos. "Yo ya sabía el oficio y nos juntamos a trabajar, pero cada uno tenía su propia técnica. Trabajamos solo un tiempo porque no nos poníamos de acuerdo", expone.
En relación a las técnicas de construcción de cada artesano, detalla que cada una se diferencia "por la forma, lo que nosotros llamamos la plantilla. Todos tenemos diferentes medidas. La forma de emplantillar cambia de un carpintero a otro, la forma de dibujar el casco". Destaca que hay distintos tipos de embarcaciones, dependiendo del propósito "para pesca, para buceo, pero depende de la plantilla".
Lo único que Hernández no hace con sus manos es el motor, pero que igualmente deja instalado y funcionando. Todas las lanchas que construye son fabricadas a pedido. "Las entrego con llaves en mano y se van navegando de acá", menciona.
Con alrededor de 140 lanchas y botes construidos, evoca que "a los 13 años comencé haciendo botes menores, de 3, 7 y 8 metros".
Pero la carpintería no es lo único que ha hecho. Como muchos hombres que viven de cara al mar, Omar también estuvo en las faenas extractivas: "Fui buzo mariscador y estuve como 12 años medio alejado de la construcción". Ese tiempo, continúa contando, "me sirvió para darme cuenta donde pegaba el mar a los botes, donde se le puede meter resistencia a las embarcaciones".
En cuanto a la madera que utiliza en la construcción de sus naves es enfático en contestar que corresponde a "ciprés de las Guaitecas y mañío colorado", acotando que las herramientas que usa son "motosierra, cepillo eléctrico, tubo para vaporizar, sierra caladora, también cepillos chicos para acanalar y dar las curvaturas".
Orgulloso hace saber que es capaz de reconocer todas y cada una de sus embarcaciones cuando las ve navegando. Se ufana diciendo que "si me roban un bote, por más que lo pinten, lo reconozco de lejos igual".
Familia
Al amparo del viento y de la llovizna que se dejaba caer en el sector al momento de la entrevista, al interior de su astillero en Quellón Viejo, este artista expresa que ha llevado una vida plena y está feliz con lo que hace.
Hernández es casado y tiene tres hijos: dos mujeres, una de 27, Yessenia, y otra de 22, Macarena, más un hombre de 17, Nataniel. Confiesa que "mi hija mayor está dedicada a labores de la casa, la del medio estudia enfermería en la Universidad Austral de Valdivia y el más chico está en el liceo aún".
Acota que no le gustaría que su hijo siga sus pasos: "Prefiero que estudie, que tenga su profesión porque este trabajo es muy pesado igual. Preferiría que no hiciera lo mismo que yo, aunque a él tampoco le gusta".
Suma que "yo le digo que se gane sus luquitas en otra cosa, detrás de un escritorio, porque esto es medio sufrido. Uno siempre se esfuerza por los hijos y ojalá que no sean como uno, que sean un poco mejor". Reconoce que su hija, la que está en la universidad, "viene a pintar y a ayudar en cualquier cosa".
Al momento de hablar de su esposa, Rosa Velázquez, dice riendo que "llevamos casados como 30 años" y comparten responsabilidades desde hace 14 en el astillero trabajando juntos. Asegura que con ella se siente más seguro, ya que no hay gente de confianza para efectuar las faenas.
"Trabajamos hace años juntos, tranquilos. Contratamos gente para hacer los trabajos pesados. Trabajamos los dos porque gente responsable no hay. Pescan las lucas, se van a tomar y no vuelven más", añade Omar. Reconoce que su mujer conoce todos los secretos del oficio, por lo que es fácil laborar con ella. "Hacemos las cosas por nuestro interés, le hacemos empeño, tenemos nuestras herramientas y trabajamos con toda calma", consigna.
En cuanto a la repartición de los ingresos, enuncia que "ella guarda las lucas y nos vamos 'miti-miti'. Paga los gastos de la casa, la universidad, las cuentas, todo eso lo maneja ella".
El artesano comparte que su familia está contenta con lo que él hace. Su oficio le ha permitido tener ingresos suficientes para su hogar, y aunque sus hijos ya no se sorprenden por su talento, ya que lo han visto ejercer la carpintería desde que eran chicos, ellos agradecen todo lo que sus manos han producido. "De aquí han salido las luquitas y han alcanzado para todo lo que tenemos, tironeando siempre se va bien", enfatiza.
Actualmente Omar, Rosa y dos de sus hijos viven en su casa de la ciudad de Quellón, pero el hombre también es propietario del terreno al orilla del mar donde tiene emplazado su astillero. "Acá tengo una concesión que tiene 120 metros de playa y 25 de agua por ley", expone.
insólito
A pesar de lo idílico del lugar, una playa mansa donde flotan algunas de las embarcaciones de su autoría, el creador señala que él no tiene ninguna embarcación de su propiedad: "Cuando hago alguna la vendo, no me manejo con eso". Sí revela que cuando hay años malos sale a buscar otros rumbos, por ejemplo la construcción de casas o cabañas. De hecho, cuenta orgulloso, que le construyó una a Horacio Durán, miembro del grupo musical Inti Illimani. En todo caso asegura que siempre labora en algo relacionado con la madera.
Omar Hernández Tavie, un chilote que se define como carpintero de ribera y que guarda mucho respeto por los grandes hombres que dio este ancestral oficio en Chiloé. Especial mención hace de quien él considera su maestro, quien le enseñó y pulió su talento, Arturo Vera de Laitec.
Nos vamos de su lugar de trabajo, su astillero y concesión de playa. Atrás dejamos a este artista, este artesano, que con sus manos es capaz de construir embarcaciones que quizás lleguen más lejos que sus propios sueños de cuando era un niño, tiempos en que construía pequeños botecitos en la clase de trabajos manuales en su natal isla chilota. J