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La procrastinación, nombre elegante para la acción de no hacer nada o, simplemente, postergar las obligaciones, puede convertirse en una adicción peligrosa.
Lo explica Marta Romo, profesora española especializada en neurociencia aplicada al aprendizaje, quien ha elaborado una serie de perfiles del procrastinador. Según la perita en personas vagas, el exponente de este fenómeno suele caer en la tentación de postergar sus tareas con un fin noble difícil de entender: "Lo hace porque cree que así obtendrá mejores resultados".
Y es en este tipo de casos cuando la procrastinación se convierte en un hábito, y, en consecuencia, algo muy difícil de erradicar. "Estaríamos hablando, por ejemplo, de estudiar para un examen la noche anterior o preparar una reunión cinco minutos antes de que comience. Estas personas perciben estos episodios como momentos emocionantes, debido a la segregación de adrenalina", agrega. El procrastinador, entonces, podría definirse como un aventurero que necesita del riesgo para sobrevivir.
Según Manuel Armayones, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya, el auge de la tecnología ha multiplicado de forma exponencial los niveles de procrastinación. En una investigación publicada por El País, el experto dice que son tantas las distracciones a las que las personas se ven expuestas, que es cada vez más frecuente retrasar las obligaciones.
La frase "no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy", filosofa, se ha reemplazado por "no hagas hoy lo que puedes dejar para mañana". "Hablar de procrastinación en sociedades tecnológicamente menos desarrolladas no tiene mucho sentido. Y aun en el caso de que se pudiera detectar este comportamiento, no tendría la misma repercusión en cuanto a la sanción social", afirma. J