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De regreso al colegio con el ministro porteño

Roberto Ampuero recuerda su alegre infancia y revela las impresiones que tiene del Puerto actual.
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Al escritor y actual ministro de Cultura Roberto Ampuero no se le escapa ningún detalle de los cambios que ha sufrido el antiguo edificio que albergó al ex Colegio Alemán, en el cerro Concepción, en Valparaíso.

"En la entrada del colegio, hay un escudo chileno y alemán que se mantienen, junto al año de fundación. Pero el colegio está muy diferente. Antes, esta parte -apunta a una estructura de un piso- era de dos pisos, muy lindo. La otra, de cuatro pisos... y allá, al fondo, había un gimnasio. Por atrás se puede entrar al salón de arte que es uno de los más lindos que hay en América Latina. Esto era una belleza, con una construcción muy alemana", indica Ampuero.

Girando en su propio eje, el escritor porteño y ex embajador de México se quita las gafas de sol para contemplar con más dedicación el lugar en donde recibiría las mejores enseñanzas de su vida.

"Mira, por allá está el kínder, vamos", invita con una sonrisa.

raíces porteñas

En efecto, la pequeña sala está ubicada cerca de una placa donde están grabados los nombres de alumnos que participaron en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Por un momento, el ministro se detiene a leer algunos nombres y comenta que varios de ellos son hermanos, por la coincidencia de apellidos.

Acto seguido, se dirige a la salita. "Aquí todo esto era muy lindo. Lamentablemente no podemos entrar...", dice, interrumpiendo el diálogo para pedirle a un auxiliar que por favor abra un momento la sala.

El hombre accede y el escritor se encuentra con varias filas de computadores. "Ya no queda nada de entonces. Antes había varias mesas redondas con sillas, dibujos pegados en las paredes y una banca larga. Solo se mantiene el piso. Aquí fue donde comenzó todo... porque yo cursé toda mi enseñanza básica y media en este lugar", destaca.

El pasado 15 de agosto, Roberto Ampuero Espinoza fue nombrado "embajador cultural" del club Santiago Wanderers. Para asumir el cargo, llegó luciendo un jockey verde con el logo del equipo, que, según precisó, se lo había regalado su padre. Fue ovacionado. Son pocos los que le tienen bronca.

En 1973, Ampuero se exilió en Cuba y ahí estudió literatura. Posteriormente, estuvo en Alemania del Este, Alemania Federal, Suecia y Estados Unidos. Hoy, con 60 años, siente emoción de recorrer los pasillos del recinto porteño y volver a recordar su infancia.

"La verdad es que yo no fui un alumno mateo. Me iba bien sí, tenía buenas notas, pero no era sobresaliente. Me gustaba el deporte y, curiosamente, mucho la matemática e historia. A esta sala no había entrado desde los cinco años y yo tengo sesenta. Ha cambiado mucho... Cuando era niño veía esto inmenso, es curioso estar aquí", describe sonriendo.

Novelas

Otra de las cosas que le gustan al ministro es escribir novelas. De hecho, era tanto el apego que tenía a esa práctica desde joven que, cuando salió de una grave enfermedad -que incluso lo hizo pensar que iba a morir-, se prometió que si salía bien de eso, terminaría de corregir una novela que ya tenía lista.

"Desde las seis de la mañana lo hacía. Y eso es una de las cosas que me dejó este colegio, la disciplina, ser ordenado", asegura.

De todos modos, el ministro confiesa que por ahora no va a escribir novelas, pues el tiempo no se lo permite.

Luego de contemplar por varios minutos la sala de kindergarten, el ministro y creador del detective Cayetano Brulé -que apareció por primera vez en 1993, cuando publicó la novela "¿Quién mató a Cristián Kustermann?"- camina hacia las salas que han sido destinadas para otras funciones.

"Acá estaba la sala de química", señala apuntando un gran cuarto que ahora dice "taller de música". Se detiene un momento y mira por las ventanas. "Este colegio está encima de los techos, del cerro, es una maravilla", suspira.

De un impulso, baja otras escaleras y llega a un subterráneo. "Ahora es un casino, pero antes era un bodega y hasta teníamos un cine", aclara.

Roberto Ampuero tiene una actitud segura, tranquila, pero al mismo tiempo inquieta. Valora mucho el colegio -ahí aprendió a hablar perfecto el alemán, ya que la mayoría de las clases se dictaban en ese idioma-, pero pronto debe viajar a Santiago y decide salir del establecimiento para dar un pequeño recorrido por el cerro y recordar otras cosas que él relaciona con la "tolerancia" y la "diversidad".

El Valpo actual

"Esta es la iglesia anglicana, de los ingleses, y la luterana, de los alemanes. Aquí me quiero detener un poco, porque las mejores clases sobre diversidad y tolerancia las tuve en este cerro. En mi curso había clases para los católicos, otras para los protestantes y también para los que no creían, tenían esa hora libre, porque se les consideraba librepensadores. Para mí fue interesante porque asistí a las clases de catolicismo y también a las de protestantismo. Y también me acogí a la hora de libertad que había; entonces, en este mismo cerro, como cabro chico uno se dio cuenta que existían varias religiones y uno las vivió. Eso es importante, la visión de la diversidad", se explaya.

El ministro continúa el camino y llega al paseo Gervasoni. Con su vista fija en el horizonte, se dedica un momento para meditar y hablar acerca de sus impresiones del actual Valparaíso.

"El tiempo pasa y se va. Esa es mi sensación y por eso la importancia de la memoria como una forma de reconstruir. Era otro Valparaíso, otro país, otro cerro pero... no es que uno sea mejor que el otro, es diferente. Creo que lo importante es que la diversidad que alguna vez tuvo Valparaíso, se está reconstituyendo. Desde distintos lugares se vienen a vivir acá e inician sus proyectos de café, de restaurantes... Creo que eso le hace bien a un puerto. Valparaíso es el puerto por donde el siglo XIX entraron las grandes ideas", argumenta.

"Si uno mira esta ciudad, su riqueza está precisamente en su diversidad, yo diría una suerte de vocación a lo que rompe el esquema. Esta ciudad no tiene registrada su fundación como tal, simplemente empezó a existir, como dice el Gitano Rodríguez. Y una conformación de cerros, topografía y una arquitectura muy individual, donde cada cual hace su casa como puede y montándola para tener vista, todo eso habla de individuos muy independientes, con visiones propias, que hacen que esta ciudad siempre esté opinando", añade, colocándose las gafas para partir rumbo a Santiago y continuar con las tareas que tiene agendadas. Mal que mal, aún deberá desempeñarse como ministro de Cultura por los siguientes nueve meses.

"El tiempo actual pasa y se va. Esa es mi sensación (...). Era otro Valparaíso, otro país, otro cerro pero... no es que uno sea mejor que el otro, es diferente".