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La anónima hazaña del carpintero chilote que cruzó a pie hacia la Argentina

Alimentándose de nalcas, este isleño llegó a su destino, no sin antes pasar días intensos de mucho frío, sufrimiento y desolación.
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La increíble historia de José Olegario Pérez Pérez -digna de un guión cinematográfico- se remonta al invierno de 1936, cuando este chilote, asfixiado por la cesantía y las malas condiciones de vida imperantes en esa época, decidió emprender viaje hacia la provincia de Río Negro, en Argentina.

Este isleño de espíritu aventurero inició en aquella época un audaz periplo desde Tenaún, comuna de Dalcahue, al otro lado de los Andes. Cansado de la falta de oportunidades para emprender, "don José", resolvió embarcarse en un "vapor" rumbo a Puerto Montt para iniciar desde ahí su itinerario hacia Cochamó.

Fueron varias semanas de incansables y tediosas caminatas, acompañadas de mucha hambre y de esos fríos que "parten los huesos". No claudicó hasta que logró llegar al paso El León. Recuerda que gracias a la caridad de algunos parroquianos que encontró a su paso, pudo sobrevivir y aperarse de algunos víveres para seguir adelante con su -hasta ese entonces- insensata travesía, siendo las nalcas que hallaba el alimento principal de su viaje.

Cobijándose en casas de lugareños cuando la suerte lo acompañaba y bajo los árboles cuando ella era esquiva, consiguió llegar a río Manso, en plena cordillera. El aprecio y las ganas por concretar su sueño de ir más allá de los Andes y la intriga que provocaba cruzar las decenas de riachuelos, montañas y las densas masas de bosques que conformaban el agreste paisaje, llevaron finalmente a don José llegar hasta el lago Gutiérrez y después a Bariloche, junto al Nahuel Huapi.

"Nos internamos hacia Cochamó rumbo al paso El León; más tarde, atravesamos las montañas por el río Manso, en plena cordillera y sólo con lo puesto, que tampoco era mucha ropa, concientizados que nuestro objetivo era llegar sí o sí a Argentina", manifiesta Pérez, acotando que seis personas conformaban la peculiar expedición.

"No recuerdo bien cuántos días estuvimos allí, solamente que pasamos mucha hambre… realmente harta. Y frío, ¡para qué decirlo! Es más, la comida con la que contábamos para el viaje nos la robaron en Puerto Montt, por lo que solamente nos alimentamos de nalcas… Fue una viaje muy pesado, sufrí mucho, fue bastante duro; tras días de caminata llegamos a lago Gutiérrez y después a Bariloche", señala a 77 años de su hazaña este carpintero de oficio.

Desde su actual residencia a escasas cuadras del centro cívico de Bariloche, el longevo vecino recuerda que "en aquella época el trabajo era escaso en Chiloé, la economía no era buena, además yo era huérfano y en la Isla no existían los adelantos con los que hoy cuenta. No había electricidad ni agua, la vida se hacía en torno al fogón, los caminos eran huellas, por lo que trasladarse de un lado a otro era muy complicado, el transporte solamente era a través del mar y si querías atravesar allende la cordillera o lo hacías por mar si tenías dinero o a pie como en mi caso. Además, era muy común que los jóvenes se fueran del hogar en busca de nuevas oportunidades".

AMOR VERDADERO

AMOR VERDADERO

Pasó el tiempo y cuando José cumplió los 32 años y ya estando radicado en el país trasandino, en 1945, emprendió viaje nuevamente a Chiloé, esta vez por la vía marítima. Desde el Océano Atlántico y luego el Pacífico, el carpintero y ya con vasto conocimiento de supervivencia sobre los hombros, volvió a Chile con destino a la Isla Grande, esta vez en pleno apogeo del ferrocarril que unía Ancud con Castro.

Fue así como este aventurero a paso firme nuevamente recorriendo las huellas de los caminos llegó a su natal Tocoihue. Fue en este mismo viaje que de visita en la localidad costera de Dalcahue y a través de un cerco de madera conoció a su compañera de vida, María Celia Bahamonde, de tiernos 14 años, quien tras unos días de largas conversaciones finalmente se convirtió en su esposa.

Ella también era huérfana y a ambos los unía una intensa experiencia de sufrimientos, la que se vería compensada con un profundo amor que los une hasta estos días.

"Cuando nos casamos no teníamos nada, nos vinimos para la Argentina y en San Martín de los Andes nació mi primer hijo y desde 1948 estamos instalados en Bariloche, luego de comprar un terreno frente de la Escuela 187; luego hice mi casa", evoca el padre de cinco hijos, 12 nietos y siete bisnietos, quien a pesar de sus 100 años y tres meses aún se sube al techo de su hogar a arreglar algún desperfecto.

Esta verdadera enciclopedia humana reconoce que uno de sus grandes orgullos es haberles entregado junto a su esposa educación profesional a sus hijos. "Mis nietos también son profesionales, uno es ingeniero eléctrico y otro forestal; además, otro estudia arquitectura en Buenos Aires y mi hija mayor se acaba de jubilar como directora de un muy buen colegio de esta ciudad", afirma el chilote.

Añade que uno de sus nietos recorrió hace un tiempo la zona costera entre Quemchi y Dalcahue para recabar la historia familiar de sus abuelos y rehacer un árbol genealógico, que para ellos en su calidad de huérfanos desde muy pequeños era desconocida. "Hace unos ocho años vinimos con mi señora, esta vez en vehículo, hasta Chiloé; fuimos a recorrer Tocoihue y a ver un terreno que teníamos, el cual se lo regalamos a un primo de mi esposa… ¿Si acaso me acuerdo de Chiloé? Claro que sí, a veces hacemos milcaos y chapaleles para comer", confiesa don José.

RECONOCIMIENTO

RECONOCIMIENTO

El 1 de mayo de este 2013, cuando Pérez cumplió sus 100 años de vida, el Centro Atómico de Bariloche le entregó al cumplirse el 63° aniversario de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), una plaqueta en un acto al que acudieron científicos, funcionarios y familiares y además recibió emotivas palabras escritas por sus compañeros por sus 30 años de servicio como carpintero de estas instalaciones, en donde construyó los techos, los cercos, la antigua biblioteca y otros espacios que aún permanecen en pie.

En la oportunidad, Pérez fue ovacionado por los presentes al hacerse un recorrido por su trayectoria laboral de un oficio que hoy lo tiene con serios problemas auditivos.

Con un andar más lento y siempre de la mano de su fiel compañera, este isleño sacó adelante a una familia en una tierra distinta a la suya y con experiencias a cuestas tan peculiares, como el haber compartido con los destacados científicos trasandinos Enrique Gaviola y José Antonio Balseiro y de un profundo orgullo de venir de una cuna humilde, pero con una formación en la universidad de la vida que lo convirtió en un hombre trabajador y honesto.

Este verdadero testigo de la historia de la Patagonia chilena y argentina, que nació un 1 de mayo de 1913, es un protagonista privilegiado de una hazaña trascendental: sorteando todas las adversidades llegó a su destino, ofreciendo su trabajo en un comienzo a cambio de techo y comida.

Él vivió esta historia, nadie se la contó, proeza que actualmente es destacada por lo entendidos como "histórica" y de una valentía sin igual que en los tiempos actuales nadie se atreve a realizar.

"Nos internamos hacia Cochamó rumbo al paso El León; más tarde, atravesamos las montañas por el río Manso, en plena cordillera y sólo con lo puesto". José Pérez, isleño avecindado en Bariloche.

"Cuando nos casamos nos vinimos para la Argentina y en San Martín de los Andes nació mi primer hijo y desde 1948 estamos viviendo en Bariloche". José Pérez.