Secciones

La familia que devoró al temido Chupacabras

E-mail Compartir

l Bryan Saavedra

El frío nocturno en Calama siempre ha sido un problema, sobre todo en el invierno, que comúnmente se adelanta. La casa de José Maya se ubica al final de un pasaje cercano al cementerio. Es una parcela grande.

Es de noche y en ella hay muchos vecinos, muchos periodistas de varios canales diarios y radios, muchos carabineros, muchos detectives, muchas linternas, mucha curiosidad. Todos sienten frío en ese punto de reunión. Todos esperan a que llegue el Chupacabras.

Sus vecinos están aterrados, ya les han matado hasta 15 animales en una noche. La parcela de José aún no es atacada. En ella, el noventa por ciento de las conversaciones gira en torno al Chupacabras, durante horas. La mayoría siente miedo. La mayoría antes solo callaba, hasta que comenzaron las extrañas matanzas.

Ya van varios días en que la suegra de José, Olga Carrasco, siente algo extraño en su interior. Sus perros andan igual de nerviosos que ella. Una noche, uno de ellos entró a su casa con miedo y se metió debajo de la cama.

Las hijas que viven con Olga, Rossana y Carolina, trabajan en un restorán del centro y llegan tarde. La abuela cuida a sus nietos y sus animales: diez corderos. Viven al final de otro pasaje, no muy lejos de don José. Ambos viven en las afueras de la Calama.

La noche está inquieta en la casa de José. Sus familiares ofrecen té a sus visitantes. Uno de ellos tiene un arma y lentes con visión térmica y está sobre un árbol. Se queda ahí hasta por tres horas. Otros hacen rondas nocturnas a caballo. Todos esperan a que pase algo.

Un visitante llama la atención. Utiliza una coipa que solamente deja que se vean sus ojos. Se pasea por todos lados sigilosamente y cuando le ofrecen comida, él la rechaza. Don José recuerda que fueron 15 días los más fuertes. El hombre oculto se pasea todas esas noches y deja de ser tan extraño.

La sangre corre más rápido por el cuerpo de Olga, su corazón se acelera. Por la noche, una jauría de perros aúlla cerca de su parcela y ella sale a mirar.

-Yo pensé que alguien me estaba aguaitando para robarme cuando siento que la caña se hace "sss, como un relámpago, "ssss", como un viento fuerte. Y me quedé paralizada, si yo no pude andar, hasta ahí no más llegué -recuerda Olga.

Quedó tan aterrada como sus tres perros y sus corderos, quienes duermen en un corral con un pequeño techo, bajo de la seguridad de un alambre doblado.

Sus hijas cuestionan su terror, pero ella sabe que algo pasa, porque alcanzó ver cómo un pimiento se remecía. Sabe que hay algo escondido ahí.

Las personas se amanecen esperando en la casa de don José, para él es divertido ver tanta gente en su hogar. Lo han entrevistado de varios medios de comunicación y aún no pasa nada en su parcela.

Una mañana, el hombre oculto recibe un café de las hijas de don José. Ellas, disimuladamente, notan que anda armado, piensan que es un agente o algo así.

Otra mañana, llega Olga a la casa de Juan. El Chupacabras la atacó la noche anterior y le cuenta a su yerno.

Olga ve a sus corderos intactos ordenados en forma de media luna. No hay charcos de sangre. El más fuerte del rebaño agoniza de dolor, emitiendo un ronquido fuerte. Olga decide que hay que sacrificarlo, pero hay otro sobreviviente, un pequeño cordero paradito que la mira, todavía desorbitado y asustado.

El Chupacabras no había movido ninguna piedra ni había soltado el alambre del corral, pero eso no impidió que atacara a sus víctimas. Esa mañana volvía el esposo de Olga, don Juan Ossandón, de su trabajo de sereno en la Mutual de Seguridad, cuando vio que del corral salían dos perros negros con las orejas bien paradas.

Nunca más los vieron, al igual que a uno de sus perros, que desapareció a los días del ataque. Los otros dos terminaron dándose vueltas en el patio y murieron a las semanas después.

A los tres días, la casa de Olga se impregnó de un olor fuerte y ácido. Fue atacada por una plaga de moscas y las heridas de los corderos se pusieron de un color cobre con degradados verdosos.

El sobreviviente, de unos 20 kilos, con el tiempo se fue recuperando en la casa de don José, sin curaciones. El crecimiento de su lana se encargó de taparle los dos orificios en el cuello que le dejó el Chupacabras.

-Porque pensé que podría venir a matármelo y allá no había pasado nada -recuerda Olga.

Es de noche y Silvia Carrasco junto a su esposo, don José Maya, nos reciben en su casa. Ambos aún recuerdan el cordero que nunca creció mucho y que se distinguía del resto.

-Yo me acuerdo que ese cordero era súper tranquilo, nunca fue igual que los otros; lo que sí por la cabeza tenía algo, pero no era así como los otros que son inquietos. Eso no, ese cordero estaba así tranquilo, así sumiso -recuerda Silvia Carrasco.

A inicios del siglo XXI, en Calama, comenzaron a suceder estas matanzas. En algunos casos aparecieron hasta 35 corderos ordenados en forma de media luna. También murieron cientos de gallinas, conejos y palomas. Aparecían con orificios en su cuerpo, pero no eran destrozados.

Según Olga Carrasco, el Chupacabras solamente atacaba a los animales inocentes, ya que nunca vio un toro o un caballo muerto. Ellos no eran víctimas del extraño ataque chupasangre que afectó a varias familias que aún viven en las parcelas alejadas de la ciudad.

Post Chupacabras, la mayoría de estas personas dejó de criar corderos y se resguardaron, porque quedaron atemorizados con el tema. Aun así, recuerdan la historia y el misterio resurge en sus cabezas de vez en cuando en forma de flashbacks.

Un entrevistado, que prefirió resguardar su identidad, dijo que el fenómeno estuvo asociado a la masonería y que todo comenzó por un rito de un ex alcalde de Calama para desviar la atención de los problemas financieros que enfrentaba el municipio.

Don José es un hombre de campo, tiene los ojos verdes oscuros y una voz calmada. Es difícil imaginarlo enojado y ha tenido disposición para colaborar con esta crónica. El hombre aún trabaja en la confección de lápidas y mausoleos al lado del cementerio, al lado de su casa.

A él nunca le atacaron a sus animales, dice que fue por una cosa de suerte, porque nunca los tuvo bajo mucha seguridad.

El cordero que sobrevivió estuvo cerca de dos años en su parcela y finalmente terminó apodado con ese nombre tan famoso en Chile.

-Nosotros le decíamos el Chupacabras después, ¿no ve que se había salvado del Chupacabras? -explica José entre risas.

Ya no llega mucha gente a su casa. De hecho, don José ahora únicamente tiene dos chivos, un cordero, varios patos, gansos y un gatito manchado. Hoy solo le quedan recuerdos de aquel sobreviviente que llegó con dos orificios en su cuello.

-Terminó después en la parrilla no más -recuerda don José.

La señora Olga Carrasco tiene 77 años y relata que hace un mes sus perros lloraron. Que presienten algo.

-Una noche lo sentí. Ahora último -nos dice Olga antes de irnos de su parcela.

-Al animal, si ya mató gallinas por allá, mató corderos por este otro lado. Él anda.

-No, él ya está aquí.

-Sí, cualquier día puede matar en otra parte. J