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Catalina Rojas volvió al 'alma' de la Negra Ester

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rcadagan@lidersanantonio.cl

Catalina Rojas se acerca a la escala que lleva al mítico Luces del Puerto, un local nocturno donde se vivieron largas jornadas de bohemia porteña en el siglo pasado y que recibió a cientos de parroquianos y hombres de mar, ansiosos de cariño y de diversión.

Catalina observa el entorno y se regocija al saber que pronto será sometido a una completa renovación, una mejora estructural y de fachadas que le devolverá el brillo a este lugar que forma parte de una historia que comenzó hace más de 60 años.

El Luces del Puerto, ese lugar que vivió noches de música, baile y placer en una precaria subida hacia el cerro. Que supo de peleas entre choros, de luchas por el amor de las chiquillas que con su cuerpo buscaban ganarse la vida, que conoció a un joven y enamorado Roberto Parra y su guitarra y que tuvo a la Negra Ester como una de sus principales atracciones. Ese mismo lugar pronto podría retomar su antiguo esplendor olvidado por el paso del tiempo.

Fue en ese recinto donde Roberto Parra -el hermano menor de Nicanor- encendió la llama de su creatividad que a la postre daría por resultado una obra en décimas que sería el material con que el dramaturgo Andrés Pérez haría magia hasta convertirla en la máxima expresión del teatro nacional.

Catalina Rojas, hermana de Dióscoro Rojas, el reconocido "rey de los guachacas", camina hasta la escala. Mira el entorno, el movimiento de personas y de automóviles que al mediodía se trasladan de un lugar a otro en pleno centro de San Antonio. Se siente como en su barrio y reconoce que le gustaría tener una casa donde venir a disfrutar de la costa y los aires marinos más seguido de lo que hasta ahora puede hacer.

Camina con precaución debido a una dolencia en una de sus rodillas, pero confiesa que a sus 60 y tantos años está bien de salud y que solamente toma unas cuantas precauciones para no enfermarse.

Pero hay algo que llama la atención en esta artista popular que se ha encargado por años de darle vida a la cueca chora y mantener un legado de canto que se mantiene hasta hoy. Cuesta descifrarlo al comienzo. Hay algo que no calza.

Después de cruzar unas cuantas palabras con Catalina, uno se da cuenta de lo que es. Es la diferencia entre su rostro que puede parecer duro y el trato que ella tiene con los demás. Parece más seria de lo que es. Es una persona que se abre a la conversación, que se preocupa de saludar a quienes se le acercan, de no desconocer a todos quienes están en su entorno. Tiene un trato suave que a simple vista uno no se imagina.

Por eso al llegar al local El Checo, ubicado justo frente a la escala que lleva al Luces del Puerto, saluda su propietario Alfredo "Checo" Díaz, quien conoció a Roberto Parra, le da un abrazo efusivo y comentan sobre cómo han estado. "¿Fue a saludar a su cuñado (Nicanor Parra) por sus 100 años?", le dice "Checo". "Solo por teléfono", responde Catalina.

Artista

Catalina es una artista de enorme riqueza en sí misma. Quizás apantallada por la fama de Roberto Parra, pero es justo reconocer el amplio trabajo desarrollado por ella y su familia. Cantora popular, intérprete y folclorista, además suma trabajos de recopilación folclórica, cuatro discos y presentaciones en eventos cuequeros y cumbres guachacas.

Nacida en la localidad de Lontué, en la Región del Maule, empezó a cantar en sus días de liceana en Curicó, y a su arribo a Santiago a fines de los años '60. Además de estudiar taquigrafía y trabajar como secretaria en el Congreso Nacional, hizo estudios de música y teatro y fue parte del Coro de la Universidad de Chile.

En 1971 se casó con Roberto Parra, a quien conoció durante un campamento que por esos años se realizaba en Peñuelas. Allí quedó encandilada con la personalidad del folclorista y algún tiempo después pese a la diferencia de edad, formó un matrimonio que -tras pasar por altos y bajos- duraría hasta la muerte de Roberto en 1995.

Cuecas, tonadas, canciones populares y repertorio de Violeta Parra daban forma a su cancionero. La cantante estrechó lazos con la folclorista Gabriela Pizarro, madrina de su hija Leonora Parra, y en la misma época tomó clases de canto con la soprano Lucía Gana y el tenor José Quilapi en 1976, adiestramiento que reanudó entre 1982 y 1986 con la cantante de jazz Inés Délano.

Para entonces había iniciado ya sus grabaciones, a partir de la canción "Puerto Esperanza", con el subtítulo "A Valparaíso", del aludido Dióscoro Rojas, incluida en una de las compilaciones "Canto Nuevo" del sello Alerce.

En los años '90, en paralelo con sus presentaciones en vivo en actos y centros culturales, Catalina Rojas reanudó sus grabaciones con las casetes "Décimas de nuestra tierra" (1992), producida por la Fundación de Comunicaciones del Agro del Ministerio de Agricultura, y "A Fray Andresito" (1993), firmado por Catalina Rojas y sus amigos, en una producción de la Orden Franciscana de Chile que recoge el repertorio devoto al que también ha sido fiel durante su carrera.

También participó junto a la investigadora Patricia Chavarría en el disco "20 cuecas recogidas por Violeta Parra" (2000), de Gabriela Pizarro.

Desde entonces ha continuado con su labor musical, cantando en diversos eventos, aunque confiesa que ya ha pensado en dar un paso al costado, como diciendo en que "ya no está para esos trotes". Además, reconoce el que mismo Nicanor Parra le ha pedido que no siga cantando y ella lo ha considerado seriamente. "Estoy cantando cada vez menos. Nicanor me preguntó: ¿Usted canta Catalina todavía?: Sí, le dije. Me da pena cuando anda trasnochando, no cante más", me dijo Nicanor.

"Así es que le he hecho caso y he cantado poco, pero me mantengo en actividad, ya que la música es parte de mi vida. Ahora estoy con el grupo Los Parecidos que toca el repertorio completo de Roberto. Toca hasta mi nieto Roberto Abarca", comenta.

La Negra

De una u otra forma la vida de Catalina Rojas está ligada a la Negra Ester, esa prostituta famosa por su curvilíneo cuerpo y que habría cautivado a Roberto Parra. No se siente celosa de ese personaje pues señala que se trató de algo que ocurrió hace muchos años, mucho antes de cuando conoció a Parra y se enamoró de él.

Es más, hace una confesión: "La Negra Ester es mía".

-Es muy bonito. Cuando conocí el proyecto me emocionó. Roberto amaba el puerto, lo quería mucho y pasó largos años acá. Decía que en ese tiempo pasó buenos momentos acá.

-Era una persona de mucha creatividad. Yo no lo conocía en la época en que creó la Negra Ester, lo que él vivió fue por allá por los años '50. Lo vine a conocer en 1970, yo tenía como 22 años y él, el doble.

-No sé. La música pudo haber sido. Lo vi en los balnearios populares que había durante el gobierno de Allende. Yo estudiaba Teatro en la Universidad de Chile y él llegó a cantar ahí. Lo encontré muy parecido a mi papá. Y eso fue como una cercanía. Era bien tímido.

-Sí, era tímido, pero muy creador. Siempre inventaba temas, historias. A las niñas (tuvo dos hijas con el cantautor) le contaba historias como si hubieran sido verdad. Me decía: "¿No es cierto, Catita?" Y yo le decía que sí nomás, sabiendo que eran puras invenciones, pero a las niñas les encantaba eso.

-Era muy tierno… Era una buena persona.

-Me encanta. Es como reencontrarse con todo un pasado. Yo soy la dueña de la Negra Ester.

Hubo unos líos por ahí, pero ya está todo claro. Tengo los derechos de ese trabajo. La Negra es parte de la historia de Roberto y también es parte de mi historia y por eso debo quererla. J