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Estrés: el azote del siglo XXI

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Señor Director:

La Organización Mundial de la Salud estima que alrededor de 350 millones de individuos están afectados exclusivamente por el trastorno de la depresión. Una enfermedad que muchas veces es la continuación de un cuadro de estrés prolongado.

Algunos de los síntomas de este mal incluyen la falta de perspectivas hacia el futuro, agobio, cansancio y desencanto, ideas recurrentes de suicidio, pérdida de la alegría, del entusiasmo e interés por la vida.

Por lo tanto, el hecho de conocer e interiorizarse de estas realidades puede ayudarlo a usted, a su familia y a su entorno más cercano a repensar su situación y optar por dar un fuerte golpe de timón a su vida, para cambiarle así el curso ominoso que pudiera estar enfilando su destino.

Si bien no es una tarea que sea sencilla, el desafío de enfrentarse, manejar y liberarse del estrés es absolutamente necesario, especialmente si consideramos el hecho que la plaga del estrés se expande por el mundo igual como lo hace un reguero de pólvora: en forma incontenible, dramática y veloz, hasta provocar la explosión final.

Los hechos desatados de agresión verbal y violencia física representan, generalmente, el corolario final de un estado de estrés que se hace inmanejable. Es cosa de observar a los conductores cuando deben transitar por calles atochadas, en mal estado, repletas de otros vehículos, todos tocando la bocina, insultándose unos a otros, o bien, cuando un pasajero intenta ingresar a una estación de metro, donde las personas parecen la viva imagen de una lata de sardinas: diez personas apiñadas y luchando a brazo partido por entrar en un metro cuadrado, donde, a lo más, solo deberían ir seis personas: el hacinamiento en su máxima expresión.

La parte más dramática de estar sometidos a esta constante "vivencia de estrés" es que un número apreciable de personas comienza a perder el sentimiento de esperanza de una vida mejor y más satisfactoria, otras terminan por enfermarse gravemente, en tanto que algunas otras atentan contra sus propias vidas, porque están convencidas de que esta ya no tiene nada bueno y gratificante que ofrecerles y, por lo tanto, no ven una razón valedera, por la cual deban continuar resistiéndose a este impulso autodestructivo, y seguir enfrentando (y sufriendo) una vida poco coherente, sin alicientes, sin sentido ni destino alguno.

Resulta llamativo constatar que en múltiples ocasiones se produce la conjunción de una serie de factores que desencadenan la toma de una decisión irreversible, entre los cuales sobresalen el cansancio crónico, la desesperanza, la depresión, el hastío y el aburrimiento como una verdadera maldición contemporánea que se hace intolerable para el sujeto afectado, por cuanto, le refleja su estado de vacío e infelicidad interna.

El hecho de darse a sí mismo una nueva oportunidad, es un derecho irrenunciable, y es propio y característico de todo ser humano sensible y reflexivo.

Contrariamente a lo que pareciera ser considerado por muchos como un hecho "normal" y "cotidiano", la experiencia de tener que vivir en forma habitual una agitada y estresada agenda -confluyen la sensación de inadecuación personal, indefensión, la sobrecarga emocional y laboral, la falta de expectativas e infelicidad, el sedentarismo a ultranza, el aislamiento y la soledad- no debe aceptarse por ninguno de nosotros como algo "natural", porque simplemente no lo es.

El hecho de darse a sí mismo una nueva oportunidad es un derecho irrenunciable, y es propio y característico de todo ser humano sensible y reflexivo.

Este es el patrón de conducta que debe primar por sobre cualquier otra consideración.