De Palestina con amor: el motoquero que corre por la paz
Sepa de las peripecias y la historia personal del velocímetro que ha dado la vuelta al mundo por una causa social dirigida a los niños de su patria. En su última travesía, vino a Chile. Aquí le pusimos un alto y se fue de boca (al habla).
Guillermo Ávila Nieves - La Estrella de Valparaíso
Caen bombas. Los misiles silban sobre desafiantes y temerosas cabezas. El recuento de daños es devastador. Entre el humo y la pila de escombros, una fatídica tragedia.
Estamos en Palestina. ¿Estabilizar la situación? Es el primer paso del procedimiento. Pero no es posible, los combates continúan, como durante décadas. De intifadas a anexiones. De tratados firmados en piedra a borrados con el codo.
Todos al suelo. Disparos y estallidos truenan alrededor. Francotiradores a mansalva. Gritos, llantos, lamentos. Pulso, respiración, ¿de dónde sangra? Hay que liberar las vías respiratorias, cortar la hemorragia, ¡aplicar torniquetes! Se nos van…
Era casi un bebé cuando tuvo que salir del territorio palestino. De esta forma, Wissan Al Jayyoussi y su familia se mudan fuera de las fronteras de su feudo patrio en busca de sosiego. "Salí de Palestina cuando tenía dos años. Las fuerzas de ocupación no me permiten volver. Estoy seguro de que es muy difícil para las personas que viven allá", comenta Al Jayyoussi en un contacto que se materializó tras semanas de rastreo.
"Son personas que viven en estado de sitio, sin acceso a alimentos, medicinas o agua limpia. Sus casas son destruidas y subsisten en tiendas de campaña. Difícil, así que ni imaginar cómo es para los niños", narra este hombre de 40 años, de aspecto ermitaño y trato afable, admirador ferviente del ex mandatario uruguayo José Mujica, y como él, aboga por una paz. Esa que palpita pecho adentro y que lo motivó a cambiar, literalmente, de pista en su vida.
Por eso la idea, tal vez una loca idea para mentes más convencionales, esa de ponerse casco y ajustar cilindradas, irrumpió con fuerza en el palestino que por los años '90 ya residía en la próspera, futurista y tranquila Dubai, en Emiratos Árabes Unidos.
Fue en 1999 cuando todo se aceleró. Como en la velocidad por segundo, casi de 0 a 100, se hizo un hombre con sus propios códigos e idiosincrasia multicultural. La veta que cultivaba en su interior despunta a partir de 2006: "En esa época me acerco a organizaciones benéficas. Durante mi trabajo tenía dos objetivos principales: aumentar la conciencia sobre el sufrimiento de la niñez y recaudar dinero para ayudar a los niños con necesidades médicas".
Confiesa, era que no, que la aventura lo seduce. Desafiar a las alturas, desde la misma base. Su reto: ascender montañas y sobre los siete mil metros. "En 2008 subo una cumbre en Nepal llamada Pumori. Solía tener patrocinadores que pagaban onda 1 dólar por cada metro escalado, dinero que iría a la caridad", comparte. No la pensó dos veces y lo juntado fue a parar para las mujeres en Palestina.
Sin embargo, sintió que el mensaje no era efectivo. Las neuronas hicieron click en otra ruta. También su nueva indumentaria, aquella que se desprendía de la tecnología alpina por las taquilleras prendas tuercas. Y de allí a amansar la bestia sobre dos ruedas. Brazos apuntando hacia adelante, puños cerrados, pantorrillas firmes, rodillas flexionadas, espalda erguida, hombros rectos y el pie que hace contacto para el furioso rugido emanado del tubo de escape. Es el vamos arriba de su ahora otra extensión: la moto. "Decidí que una motocicleta me permitiría enfocar mejor mi mensaje y ayudar con los fondos", asevera.
De, como bien cantaba Serrat en los versos de Machado, hacerse camino al andar... por todo el mundo. En el intertanto, vuelta a casa, casi como en la guerra, con las pérdidas propias y ajenas. Quizás en la carretera no abunden los peligros que acechan en las zonas bélicas: bombas, balas, cohetes. Pero en esta adicción a la adrenalina los hay de los otros: caídas, golpes y secuestros. Siempre creyó en el enfoque de… ¡hágalo usted mismo! "Hay que resolver los problemas por sí mismo que surgen en el camino", manifiesta.
Quemando forro
El 'rider' palestino realizó su primer viaje en 2010, de Dubai a Londres, en un trayecto que cubrió 40.000 kilómetros y 36 países. En 2012, salió otra vez de Dubai y se enfiló por Asia hasta Singapur: 60.000 kilómetros y 23 naciones.
Su nueva travesía, que aún está en curso (2 años), vio luz verde en marzo del año pasado. Desafío que lo tuvo por Chile hasta hace poco. Una misión que lo hará transitar por 100 países y abarcar ¡240 mil kilómetros! Y, de paso, la esperanza: recaudar sobre un millón de dólares y a la vez dar a conocer a más gente su causa. Como nosotros.
Hoy Wissam trabaja para una organización benéfica llamada Fondo de Ayuda para los Niños de Palestina (PCRF, sigla en inglés). "Ese millón de dólares lo destinaremos a construir un hospital del cáncer para los niños en Palestina", aclara orgulloso.
En la vida, hay sacrificios que lo valen. En todo este tiempo el motoquero acumula toneladas de polvo sobre su traje. Experimentó en caminos de tierra estrechísimos, que muerden el costado de las montañas, las interminables mesetas.
Meses de subir y bajar amontonamientos de ardiente duna o acelerar por los senderos de peligrosas áreas cubiertas de extensa lava solidificada de volcanes. Hacer rugir el motor. Atravesar rápidos fluviales cuyas corrientes desafían el orden establecido.
"Me paseo por el mundo. Trato de conocer gente, organizaciones, canales de televisión, estaciones de radio. Quiero transmitir y contarles sobre el sufrimiento que afecta a los niños en zonas de guerra", expresa. Como un eslogan, pero con fondo: despertar al planeta y hacer ruido, desde su amiga fiel, la moto.
Para ello, si está interesado, se puede donar a través de la página electrónica www.goodwilljourney.org. Ojo: lo acumulado va a la caridad y los niños. "No utilizamos donaciones para los gastos del viaje. Cubro todo el coste", comenta.
La intensidad de las zonas recorridas hasta la fecha se refleja en la gente que la habita y que durante años solo ha conocido la vida más dura. Para tipos como él es común despertarse, sin sábanas ni techo encima o, más salvaje todavía, en medio de la noche, confuso, preguntándose en qué habitación de qué lugar de qué país está. Pero allí precisamente recae su felicidad.
Al sur del mundo
"Chile es uno de los países más bellos que he visto en mi vida, y créanme que he estado en una gran cantidad de repúblicas", es la impresión de quien pudo cumplir uno de los destinos que más le estaba dando vuelta en su cabeza. "Esta nación es muy eficiente. También sus costumbres. Lo comprobé yo mismo luego de tramitar mis papeles en solo dos horas en el aeropuerto (tras arribar desde Nueva Zelanda)". Lo mismo ocurrió, dice Wissam, cuando llevó su motocicleta donde el distribuidor, en Santiago. "Expedito, me pusieron neumáticos nuevos. Todos se portaron maravillosos".
Ya con la moto impeque, a lo que vino, las proezas al volante: "Me fui al sur de Chile. Entré y salí del país al lado argentino, como unas ocho veces, hasta llegar a Villa O'Higgins". Tan deslumbrado quedó con los parajes idílicos del cono austral, que prosiguió su carrera por Argentina. Ya en la estrecha franja sureña, se adentró hasta Punta Arenas. De allí al ferry, Porvenir, cruce a San Sebastián, para poner freno en Ushuaia. "Una experiencia fantástica, mágica", recalca.
Para Al Jayyoussi los chilenos son gente amable y muy agradable: "Tuve apoyo de todos, ha sido increíble". De hecho, cuenta, tiene un amigo acá, que está construyendo un campo especial para motos cerca de Pucón. "Estuve allí durante unos días. ¡Hasta probé el asado chileno que me pareció genial!", acota.
Fue en esas noches de pausa junto al cálido fuego parrillero que Wissam captó la reciprocidad hacia los ciudadanos de su Estado. "Es muy bueno saber que los chilenos aceptaron a los palestinos como hermanos. Que aquí tienen libertad de ser parte de esta sociedad. Incluso, ¡contamos con equipo propio de fútbol, Palestino!", exclama.
"Por desgracia, no es el mismo trato que recibimos en otras partes. Suele ser muy malo para los palestinos que viven afuera: sufrimos restricciones", se lamenta.
Tras ello, vuelta a Santiago. De pronto, al norte: como cadáveres levantándose en un árido cementerio, vehículos se movilizan en dirección al 'rider' que los sortea, en una carrera de obstáculos. Riesgos de una hazaña que no desacelera por el desierto, la frontera chilena, el visor en Bolivia y rumbo por Sudamérica indómita. Las pulsaciones, como en batalla, no cesan. "Les agradezco su interés", revela a la distancia.
En la ruta de la vida
Casado y con dos pequeñas, posee una Maestría en Ingeniería Informática. Tiene dos empresas en Dubai: una compañía enfocada a la tecnología de la información y un taller de motocicletas donde restaura motos clásicas. Además le fascina leer sobre historia. Sobre los riesgos, considera que son gajes del oficio. "Mi familia está habituada a lo que hago, saben que corro por una causa".
La motocicleta que todo lo puede
Para un viaje así "hay que saber elegir la moto", sostiene. Para Wissam: robusta, fácil de mantener en equilibrio, ligera de movimiento y capaz de hacer frente a las peores pistas del mundo. "Correr a través de 50 grados y dar batalla luego en los -20", destaca. Al detalle: imponerse en montañas rocosas, ríos transversales y cortar por espesos fangos. "Después de 12 pruebas y dos meses, mi decisión: la KTM 1190 Adventure R", sentencia.
"Ponemos una pegatina en la moto a cambio de una donación".
Wissam Al Jayyoussi




