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El salmón: una industria en aguas turbulentas

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La salmonicultura ha generado un clúster productivo en el sur del país como resultado del aprovechamiento de condiciones naturales, oportunidades comerciales, regulación por parte del Gobierno y capacidad empresarial, convirtiendo a Chile en el segundo productor mundial de salmón tras Noruega, con una participación cercana al 35% del mercado mundial.

La industria del salmón ha movilizado muchos recursos y ha sido una fuente importante de divisas para el país, pero no ha estado exenta de dificultades. En efecto, ya había sufrido una gran crisis el año 2008 producto de la presencia del virus ISA, que significó pérdidas por US$ 600 millones, 16 mil empleos menos y las empresas con serios problemas financieros.

El 2015 tampoco fue bueno: pérdidas por los bajos precios observados en los mercados de destino, principalmente en el salmón atlántico, a causa de devaluación de la moneda de los principales países importadores, como Rusia y Brasil, sumado a la alta producción local.

En este contexto surge, a comienzos de 2016, la microalga Chatonella, un alga nociva que disminuye el oxígeno en el agua causando la muerte de los peces y que registra un aumento significativo debido a las altas temperaturas del mar, causadas por el fenómeno de la corriente de El Niño, el poco movimiento de las aguas y la fuerte irradiancia solar.

Producto de esta crisis han surgido claras necesidades que se traducen en establecer como criterio que solo habrá crecimiento en el sector cuando los resultados sanitarios y productivos demuestren que se puede, y avanzar hacia un nuevo modelo de barrio que permita compatibilizar una producción más estable en el tiempo, una mayor consolidación de la industria, para tener mayor poder de venta y controlar áreas de producción más amplias, produciendo ventajas sanitarias, una mejor regulación en aspectos sanitarios aumentando los estándares, y un fortalecimiento de la política de marketing del país que involucre de manera colectiva a las distintas empresas.

Columna

Rodrigo Saldías Quiduleo, director de la Escuela, de Ingeniería en Agronegocios, Universidad Central