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Tras la huella de Ali: la foto y el autógrafo que golpean

Conozca la sorprendente historia de dos chilenos que aseguran conservar un recuerdo tangible de la leyenda más grande no solamente del boxeo, sino del deporte mundial: el inolvidable Muhammad Ali.
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Guillermo Ávila Nieves - La Estrella de Valparaíso

Cassius Clay, el boxeador, el orgullo de Kentucky, el héroe de multitudes, el amigo de The Beatles, Norman Mailer, Sinatra, Zaire… el planeta entero; su increíble porte, su puño veloz y certero, el hijo de descendientes de esclavos que quería ser "el amo del mundo" y cambió de nombre, el que puso a su raza y la religión islámica en el mapa en una época de cambios; la increíble y cinematográfica vida del tres veces campeón mundial de boxeo. Simplemente, el más grande: Muhammad Ali.

Ungido en el panteón de la gloria como el mejor deportista del siglo XX, irradiaba una seductora mezcla explosiva: simpatía con su alma que nació boxeadora. Y precisamente, eso es lo que llevó a seguidores de todo el mundo a "pelearse" por algún pedacito de él. También en Chile.

Uno de esos es el viñamarino Julián Campos Soto, técnico en fumigaciones y control de plagas. Impecable, de terno y corbata, la ocasión amerita estar a tono con el acontecimiento en un hotel de calle Esmeralda, precisamente el día del entierro de la leyenda boxística en Louisville.

Como en el cuento de los piratas, un cofre estaba a punto de revelar oro. Todo sucedió en julio de 1986, el año del Mundial de México. ¿Coincidencia? Campos Soto, casi a ciegas, se topó, para él, con un tesoro.

"Pasamos por un local donde se vendían antigüedades (hoy un compra y venta de vehículos). Eso en el centro de Viña del Mar, calle Von Schroeders con Valparaíso". Allí, entre cachivaches, asomaban tres revistas mexicanas, una gorra azteca, una chaqueta y la joya, por sobre todas: el libro de Ali "The Great Heavyweights", de Henry Cooper, editado en 1978.

Esas pertenencias, según le contaron, habían llegado al local de Viña la semana anterior porque unos mexicanos habían recalado en la ciudad puerto. Entre noches de juerga con tequila y ron, los "charros" se quedaron pato.

Así, los mexicanos decidieron llevar esos cachureos a un anticuario, quien les pidió precio. Ellos, con la garganta seca, atinaron a cambio, solo botellas de ron y tequila "para seguir la juerga con las cariñosas chiquillas", complementa con risas el fumigador.

Fuera los seconds

En eso, recuerda Julián Campos, se flecha con el libro: "En ese tiempo iba junto a mi polola (hoy esposa) Ivonne. Le dije: 'Aquí hay un autógrafo de Ali'. Y ella me pregunta: '¿Quién es ese Ali?' A lo que respondí: 'El más grande boxeador de todos los tiempos', sin ninguna duda".

Y sigue, con labia digna del mismo Ali: "¡Cuesta 12 mil pesos!, lo cual me parecía una fortuna. Entonces, le dije a mi polola: ¿tenís platita?...". Tras un tira y afloja, al final lo obtuvo por siete mil pesos, que en esos años equivalía a tomar once y salir de paseo.

Pasó el tiempo. Aquel "tesoro" quedó olvidado en su casa. Hasta que un dirigente fallecido de Everton -donde Julián certifica haber laborado- se lo pidió prestado. "Él tenía un hotel en la subida de Agua Santa. Allí lo enmarcó en su oficina. Luego lo llevó a Santiago para un museo del deporte que estaban levantando", revela ahora serio.

Por internet, cuenta, averiguaron autenticidad:. "Sí, era la firma de Ali", sostiene Campos, pese a que una palabra anglo despierta duda en la dedicatoria: 'word' en vez de 'world'. Casi un año tardó en recuperarlo. Más adelante, jugando a la pelota en el Liceo Guillermo Rivera, salió una publicación que anunciaba que un crucero traía un short del campeón. "Yo me dije: 'No es nada, tengo el autógrafo de Ali'…".

En reversa, asegura desconocer los dueños originales del texto: "Seguro unos gringos, ya que se lo dedica a un tal John". Campos dice no saber inglés. Ya en la calle, cuenta que sería un honor salir al lado del más grande en un diario. Para Julián Campos, todo se resume así: "La increíble historia de la firma de Ali en manos de un viñamarino".

'Ali bomaye' al Puerto

En los años sesenta ser un boxeador negro era una mezcla agridulce. Cassius Clay, su nombre de cuna, fue víctima de un racismo que era la única razón por la cual él sentía necesidad de imponerse ante todos. Por eso dijo chao a Vietnam, aunque lo despojaran del título y los barrotes lo esperaran por rebeldía.

Ali sufría en silencio, pero se jactaba en público. Sabía del poder de su mensaje, al igual que la pegada, capaz de aturdir oponentes hasta besar la lona. Era un caballero y amigo, como pocos en el deporte (según quienes lo conocieron); muchas veces evitaba la carnicería, bailando, danzando -"Flota como mariposa y pica como abeja"- burlando el dolor ajeno con tan solo un par de movimientos hasta sacar la bestia que habitaba en él.

Así prefiere recordarlo Jorge Araya Pacheco, quien a sus 62 años sufre de una soriasis que lo tiene de vuelta a su Valparaíso.

Aquí existe una guarida culinaria de la buena carta llamada Norma's Restaurant y que hoy se encuentra a la venta. Sus paredes están tapizadas por aquellas legendarias fotografías del espectáculo, la política y el deporte mundial.

Y allí, entre ellas, asoma el "Garzón de las Estrellas", Jorge Araya. Que Robert De Niro, Raquel Welch, 'Mano de Piedra' Durán, Bill Clinton, Paul Newman, Pelé, Omar Sharif y otros famosos posaran junto a él no se compara, cree ahora, con haber compartido con un peso pesado de verdad: Ali.

Jorge Araya, propietario junto a sus hermanos del Norma's en Almirante Montt 391, en Cerro Alegre, Valparaíso, lleva a cuesta una historia de aquellas. Después de 40 años de ser garzón (20 años en Nueva York y dos décadas en Miami), está frente a La Estrella para narrarlo. En 1972 emigró a la tierra del Tío Sam en busca de oportunidades tras un lío de faldas. Allá trabajó en los mejores hoteles y restoranes: Marriott Hotel, Crowne Plaza, Hyatt Hotel y Victor's Cafe (su favorito).

Precisamente en este último (de dueños cubanos) frecuentaba la crema y nata del mundo artístico y deportivo, cuya ubicación está en lo top: calle 52 y Broadway.

"Yo atendía al jet set de los guantes. Tenía una sección especial donde sentaban a los artistas en el medio del restaurante donde había una cascada. Todo por orden de la dueña… los atendía súper bien", lanza anecdotario.

Si con Mike Tyson tuvo un encuentro "para la talla" donde el más temible de los pesos pesados aseguraba no tener plata para pagar una tremenda paella con champaña, con Muhammed Ali, años antes, fue casi lo opuesto.

Ocurrió un 16 de junio de 1983. Elegante hasta en el vestir, el verdugo de Liston, Frazier y Foreman irrumpió, junto a "seis gorilas", en el Victor's Cafe, de Nueva York, para degustar exquisiteces en una mesa redonda para siete puestos, la de los artistas.

Y allí estaba presto el "Garzón de las Estrellas" para atenderlo. Ese día Ali fue reservado, callado. Casi no hablaba. Lo único que balbució Araya fue: "Campeón, eres lo mejor", y eso fue todo. "Así pude tomar la foto rápido, al tiro".

Al indagar sobre su histórico momento, Jorge Araya rebobina: "Se veía un tipo amable, agradable, no era pesado. De hecho se sonrió, levemente, en buena cuando le pedí la foto".

El "Garzón de las Estrellas", que dice seguir con las andanzas al lente en la zona, suspira: "Lo recordaré con cariño. Yo seguía sus peleas, si no era en el Madison Square Garden (le regalaban tiquetes), las veía por TV. Ali era un monstruo, ¡el más grande!".

Y esa es la misma imagen que quedará de él. Palabras, como aquellas que el propio Muhammad Ali plasmó, de puño y letra, en su libro 'El más grande, mi propia historia'.

"Me gustaría ser recordado como un hombre que nunca miró hacia abajo a aquellos que le miraban hacia arriba, que se mantuvo firme en sus creencias, que intentó unir a las personas a través de la fe y el amor. Y si eso es demasiado, entonces imagino que me conformaré con ser recordado sólo como un gran boxeador que se convirtió en un líder y un campeón para su gente. Y no me importaría incluso si se olvidara lo guapo que fui", concluye.