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Carpintero apuesta por rescatar los tradicionales palafitos

Medio centenar de construcciones ha sido sometido a arreglos por un maestro de ribera que ha entendido la necesidad de conservar estas antiguas y tradicionales edificaciones del bordemar chilote.
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Luis Contreras Villarroel

Con 67 años de edad y más de dos décadas de experiencia como carpintero de ribera, el castreño Sergio Jara sabe lo que significa trabajar por la conservación de los tradicionales palafitos que se levantan en emblemáticos barrios de la capital provincial.

El hombre originario de la localidad de San Pedro en Piruquina conoce del esfuerzo y dedicación al momento de tornar la madera, correspondiendo a un oficio que aprendió mientras residía en San Carlos de Bariloche, en Argentina.

Jara que vive desde hace 20 años en el antiguo barrio de Gamboa ha sido testigo del mudo paso del tiempo y de los cambios que ha experimentado esta arquitectura que se levanta sobre todo en el norte y sur de la ciudad.

Evoca el maestro cómo eran estas antiquísimas construcciones, de las cuales ha reparado unas 50 casas, cuyos orígenes humildes ligados a la gente de mar comenzaron a cambiar radicalmente hace unos años para dar vida a inmuebles más sofisticados.

"Hace 20 años entré en este rubro, yo fui a la Argentina y allá aprendí a trabajar en Bariloche, pero nunca pensé en llegar a tener una mueblería", comparte el isleño.

El hombre tampoco olvida las condiciones de existencia de las familias de antaño, cuando la carencia de recursos era evidente y quedaba de manifiesto a partir de las características de las edificaciones que se han erigido a orillas del mar, muchas de ellas desde la primera mitad del siglo XX.

Mientras recorre su taller de mueblería, Jara cuenta sobre el antiguo sector Gamboa que "el barrio era distinto, chiquitito, no había nadie que tuviera un vehículo, había gente humilde, pura gente pobre y yo era más pobre cuando llegué acá".

Acota que en esta década se disparó el interés en estas edificaciones, poniendo como ejemplo las emplazadas a lo largo de la calle Ernesto Riquelme.

"Vino el auge de las ventas de los negocios de los palafitos, pero ya fue al último, vinieron a comprar y hay hostales y cafés", menciona sobre las transformaciones que están ocurriendo a estas viviendas levantadas en madera nativa.

Explica que las necesidades económicas y la ausencia de apoyo presupuestario del Estado de Chile para su conservación -de hecho, los palafitos no gozan de ningún decreto que los proteja, como se suele pensar fuera de Chiloé- derivaron en que muchas familias chilotas optaran por vender sus bienes inmuebles debido a los elevados costos que implica la reparación y preservación de estos espacios que hasta el terremoto y maremoto de 1960 eran frecuentes en varias comunas insulares.

Jara contrasta la potente inversión que hay que realizar en una vivienda versus la precaria pensión que recibe una persona ya jubilada, considerando que algunos de los residentes son adultos mayores. "Yo hice mi palafito completo, de allí cuando se hizo un proyecto por parte del Serviu allí estuve reparando las puertas y ventanas de los palafitos", detalla.

Lo que hizo este organismo público consistió en administrar algunos fondos canalizados desde el nivel central para realizar trabajos menores de mantención en estas casas.

El catastro habla de unos 140 palafitos entre Gamboa, Lillo y Pedro Montt (hay quienes suman otros sectores), de los cuales un alto porcentaje este personaje ha reparado con sus propias manos a lo largo del tiempo.

Una tarea no menor tiene Jara al momento de considerar aspectos climáticos y lo que implica vivir a la orilla del mar poniendo a prueba las emblemáticas estructuras chilotas.

"Casi la mayor parte están hechas con la misma madera, lo único que ha cambiado es la estructura de afuera, pero de abajo es lo mismo y tenemos de luma y ciprés", consigna.

"La luma y el ciprés duran unos 30 y 40 años que están aguantando, no es malo, yo arreglé recién mi palafito y en treinta años más ya no lo voy a alcanzar a arreglar", reconoce el mueblista.

La fuente está consciente del cambio de ocupantes que experimentan estas zonas, con familias que han vendido sus construcciones sobre el mar. Jara hizo la excepción al rechazar una oferta superior a los 100 millones de pesos a cambio de desprenderse de su querido hogar.

Actualmente y a lo largo de las calles Ernesto Riquelme y Pedro Montt, la carretera y desde el mismo fiordo de Castro es posible apreciar cómo el rostro de estos barrios ha sufrido cambios arquitectónicos de relevancia.

En el recorrido por estas antiguas arterias es posible encontrar desde salas de exposiciones con trabajos en artesanía, pasando por restoranes, cafés y hostales. En suma, locales orientados más que nada a turistas.

Frente al fenómeno, Jara tiene una mirada positiva: "Hace unos quince años empezaron a haber cambios, la gente que estaba acá empezó a arreglar sus palafitos, en esta calle no había pavimentación, tampoco había agua, no había alcantarillado y ahora está todo conectado".

"Por eso que se llena de turistas acá: si mueren los palafitos, se muere el turismo. Cuando hay cambios es bueno, y cuando hay progreso es bueno", reflexiona el vecino.

Acompañándolo por la base de estas icónicas construcciones se puede comprobar cómo el agua salada y la humedad afectan directamente los pilotes de estas postales chilotas de fama mundial.

Pero este carpintero no se conforma con aportar con su experiencia a favor de estos edificios.

Su idea, según narra, es apostar por un hostal similar a los otros servicios que se han instalado en la población, pensando siempre en la necesidad de concitar un mayor interés entre los miles de visitantes que cada año llegan al Archipiélago. Todo, sin olvidar su origen y legado para las nuevas generaciones.

"El barrio era distinto, chiquitito, había pura gente humilde".

Sergio Jara,, carpintero de Gamboa."