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A 100 años del Piloto Pardo y el rescate de la expedición Shackleton

En 1914 se inició el proyecto "Expedición Imperial Transantártica" en el virgen continente blanco. Todo salió mal. La marina chilena fue al salvamento. Y a la epopeya.
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Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso

"Disculpe… ¿Ha escuchado algo acerca de la proeza de sir Shackleton? ¿Le suena la expedición rescatista chilena del Piloto Pardo del 30 de agosto de 1916?".

Pueden pasar horas y las respuestas caen como silenciosa avalancha de albo cegador, la misma que pudo haber congelado de horror a aquellos intrépidos exploradores británicos -y luego también chilenos- arrojados al confín del mundo: la Antártida.

Porque eso era el continente blanco a comienzos del siglo pasado: un gélido planeta por descubrir. Imagine las crudas escenas nevadas del planeta Hoth en "El Imperio Contraataca". Así, bajo el manto de nieve del despoblado territorio antártico, se tejieron dos gestas que hasta hoy son motivo de aplausos, obras y sacadas de sombrero (clásico, como en aquella época). A la altura del imaginario del escritor Herman Melville.

Esta es la crónica de esa sacrificada aventura marítima. Una casta de expedicionarios que solo una carrera espacial podría equiparar.

Expedición Shackleton

En su momento, Gastón Orellana Tagle, magíster en Historia Universal, avalaba: "Ya a mediados de 1913, sir Ernest Shackleton -caballero del reino y marino- tenía en mente la idea de realizar una expedición que cruzara la Antártida desde el mar de Ross hasta el de Weddel, llamándola Imperial Trans-Antartic Expedition". Allá donde nadie había puesto un pie.

En la práctica, todo resultó una homérica odisea: el recolectar financiamiento y la I Guerra Mundial que acechaba. Se requería liderazgo, optimismo y voluntad sobrehumana: así eran los 28 tripulantes del Endurance. A ello se sumó, clave en Shackleton, la presencia de tres botes salvavidas (con nombres de sus benefactores): James Caird, Dudly Docker y Stancomb Willis.

El Endurance se hizo a la mar a comienzos de agosto de 1914 (el 4 de ese mes se declaró la I Guerra Mundial). Para el 5 de diciembre de 1914, el navío -que fue ofrecido (y desestimado en pos de la hazaña) a la marina británica para la guerra- salió desde las islas Georgias del Sur hacia el mar de Weddel, camino a la Antártida. Entre temidos témpanos y farellones helados navegaron, Shackleton y los suyos, alcanzando la latitud extrema el 22 de enero de 1915.

En los siguientes nueve meses, el Endurance fue llevado por la corriente hacia el norte, a unas mil millas. Con una temperatura de -40ºC y vientos de casi 100 kilómetros por hora, la moral seguía alta.

Sin embargo, el 27 de octubre cae el día fatídico: fue tal la presión del hielo en el mar de Weddel que el Endurance, tras la agonía de casi un mes, el 21 de noviembre se quebró y hundió en las gélidas aguas. Sus tripulantes quedarían aislados en el continente antártico por 20 meses.

Con la traumática pérdida del navío, vino la instalación de campamentos. No había de otra, estaban solos: Shackleton se abocaba al incierto salvataje con tres botes salvavidas.

Allí, en las rústicas carpas, se destacaba un carpintero: McNeish, de innata habilidad, venía de servir a la marina mercante. A su vez, Shackleton se preocupaba de las provisiones. Había que cazar pingüinos y peces como suplemento alimenticio.

El líder británico, en una conversación con un tripulante de confianza como Frank Worsley, dijo: "No puedo arriesgarme a un cruce por los hielos a campo abierto. Los botes se destrozarían". ¿La alternativa inmediata? Isla Clarence o Elefante, del grupo de las Shetland del Sur.

Sin brújula ni velas y con corrientes traicioneras, finalmente llegaron en sus botes salvavidas a isla Elefante el 15 de abril de 1915. Como bien diría el historiador Gastón Orellana: "Solo habían llegado a una porción de tierra firme". Ahora comenzaba la preparación del rescate… tan azaroso como la expedición misma.

¿Un SOS? Inútil. ¿La radio? Era todavía una novedad. Del diario de Worsley, un alcance: "En el rostro de Shackleton se manifestaba la preocupación por no alimentar a sus hombres en invierno". ¿Morir de inanición? Había que ir por la gesta. Casi imposible de llevar a la práctica, el 24 de abril de 1916 sir Ernest -previo testamento- eligió el bote salvavidas James Caird (por sus características técnicas) para un viaje de infarto junto a seis tripulantes, entre ellos Worsley y el carpintero McNeish. Islas Georgias del Sur era el faro a seguir.

"Atrás en la popa quedaban los majestuosos picos nevados y murallas glaciales de isla Elefante", escribiría Worsley. Helados, mojados por el rocío y con la danza de la muerte rondando en un mar agitado, a las 12.30 horas del 8 de mayo de 1916, los negros acantilados de South Georgia asomaban fijos.

Solo el 10 de mayo pudieron desembarcar en la costa. Shackleton y sus cinco incondicionales, con las piernas enclenques y famélicos, encontraron albergue en cuevas. No obstante, faltaba un último sacrificio: debían cruzar la isla hasta las balleneras. Única alternativa posible.

Tras caminar por despeñaderos y cascadas, el elixir: habían llegado a Stromness. "Mi nombre es Shackleton", diría el líder ya en una villa.

Pardo, al rescate

Mientras tanto, en isla Elefante 22 tripulantes esperaban socorro. Uno de ellos, Frank Wild, comandante del Endurance, relataba a La Prensa de Buenos Aires (publicado por Revista Marina, 1950): "Hacia mediados del invierno casi todos habían sufrido de congelaciones. A Blackborogh (otro navegante) le fueron amputados los dedos de los pies. En julio quedó resuelto que en caso de no arribar la ansiada salvación, trataríamos de ir a isla Decepción".

Así, en ese ambiente carente de provisiones, con leopardos marinos al acecho y donde se fumaban hasta musgos en pipas hechos de huesos de pájaros, la fe se iba a pique.

A la par, de acuerdo al Boletín Antártico Chileno de 1986, Shackleton arrendó un pequeño vapor, el Southern Sky, derrotado por el mar de hielo. Entonces, al borde de la desesperación, se dirigió a islas Malvinas. Luego a Buenos Aires, enseguida Montevideo y finalmente a Punta Arenas, reclamando con angustia auxilio para sus hombres. El gobierno uruguayo puso a disposición el barco Instituto de Pesca Nº 1… también vencido en el intento.

Por si fuera poco, la flota de "Su Majestad Británica" hizo saber que no podría ocuparse de los náufragos por el curso de la I Guerra Mundial. En Punta Arenas, los ingleses residentes prepararon la goleta Ema: enormes témpanos en el paso Drake hicieron trizas el esfuerzo.

Como en el póker, había que jugar una última carta. El director general de la Armada de Chile en ese tiempo, almirante Joaquín Muñoz, dio la esperanza: la escampavías Yelcho, al mando del piloto Luis Pardo Villalón, haría la hazaña rescatista. Sin embargo, se cuenta que el optimismo de Shackleton se fue al fondo cuando vio la Yelcho: vieja, de apenas 300 toneladas, borda baja, sin doble fondo ni calefacción, carente de radiotelegrafía y luz eléctrica.

"¿Iremos en esta cáscara?", Shackleton con desaliento. "Sí", le respondió el piloto Pardo, "nos vamos en esta cáscara a isla Elefante. Usted verá que la Yelcho y sus hombres se portarán bien". Había temple.

En carta enviada por el piloto Pardo a su padre Fernando Pardo, expresa con orgullo: "Dos consideraciones me hacen afrontar dichos peligros: salvar a los exploradores y darle renombre a mi Patria".

Zarparon de Punta Arenas a las 0.15 horas del viernes 25 de agosto de 1916, enfilando por el canal Magdalena, hacia el Beagle. Días después, surcaron el Paso Drake. La proa hacia isla Elefante, ubicada en los 61º07' latitud sur y 55º03 de longitud oeste. Ya estaban lanzados, imparables. Esta vez, los demonios vestidos de blanco -aquellos témpanos en la ruta-, la Yelcho los sorteaba canchero.

A las 10.40 de la mañana del 30 de agosto de 1916, el piloto Pardo señaló a Shackleton: "Elefantes, ya ganamos la pelea". Mediodía y la Yelcho que ancla en isla Elefante. ¡Hurras anglos y vivas chilenos se hicieron fuertes! Al fin los desesperados marinos ingleses eran rescatados por manos chilenas.

La apresurada expedición concluyó a las 14.30 horas de ese día. La ruta de regreso a Punta Arenas no estuvo exenta de riesgos: océano alborotado, témpanos y una niebla cerrada por el Estrecho de Magallanes impidió que la escampavías entrara al Beagle.

A las 11.30 horas del lunes 3 de septiembre, una muchedumbre entusiasta y orgullosa ahora sí recibía a la Yelcho en Punta Arenas. La noticia no solamente fue motivo de fiesta nacional, sino que tuvo eco informativo en todo el mundo: se sabía de la heroica gesta de Shackleton y los suyos, pero también, importante, era reconocida la capacidad y coraje de los marinos chilenos. Hasta hoy.

Fuentes: Biblioteca Museo Marítimo Nacional; 'South with Endurance Shackleton'n Antartic Expedition' (The Royal Geographical Society); 'La increíble expedición de Shackleton', Alfred Lansing; 'Nuestro Mar' 167.

El piloto de la Épica: Luis Pardo

Pardo tenía 33 años a la fecha de la hazaña. En 1900 ingresó a la Escuela de Pilotines, de la cual egresó en 1903. Era piloto segundo cuando salvó a los ingleses y fue ascendido a primero el 7 de septiembre de 1916. Tres años después, se retiró de la Armada. Con humildad habría rechazado 25 mil libras esterlinas ofrecidas por el gobierno británico al considerar que solo había cumplido una misión encomendada como marino de Chile. Con posterioridad, sirvió a Chile como cónsul en Liverpool. Murió en 1935, a los 54 años de edad.

Testimonios con la lupa

Al recopilar antecedentes en el Museo Marítimo Nacional y textos, pareciera que aún se respira humos de aceite de ballena, se aprecian viejos cuadernos untados de grasa animal y perciben los harapientos campamentos sobre hielo. Para indagar, aquí algunas voces comentan a La Estrella sobre el acontecimiento. Marco Antonio Fernández, profesor de historia y jefe del Departamento de Museología del Museo Marítimo Nacional: "Proeza: ya habían fracasado ingleses, argentinos, uruguayos, por tratar de rescatar a estos náufragos en la isla Elefante. Muchos no le tenían fe. Y, sin embargo, en un acto heroico, considerando las condiciones climáticas, el piloto Pardo y su Yelcho diestramente lograron llegar a rescatarlos. Una noticia a nivel mundial". Raimundo Silva, bibliotecólogo de la Biblioteca Histórica de la Armada: "El rescate de la expedición Shackleton fue, desde todo punto de vista una hazaña, muy desconocida. Se ha hablado mucho de Ernest Shackleton y su buque, el Endurance, pero había una deuda con el piloto Pardo, yo diría el gran desconocido". Alexandra Shackleton, nieta del navegante británico, estuvo en Magallanes para la muestra cultural "Shackleton 100 años" y se mostró impresionada por la recepción y reconocimiento a la labor de su abuelo en la gesta, de acuerdo a Dreams Punta Arenas. Por su parte, Fernando Wilson, profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez, agrega: "Hay que ponerse en el contexto histórico. Aún sigue siendo asombroso".

Nieto de Pardo

Con motivo del seminario de la Liga Marítima de Chile "A 100 años de la hazaña del Piloto Pardo", La Estrella departió con Fernando Pardo Huerta, embajador en retiro y nieto del marino. "Me alegro que se esté recuperando la imagen de mi abuelo que el tiempo ha ido diluyendo. La opinión pública nacional ha perdido la visión de lo que ocurrió y, sobre todo, el por qué ocurrió. Espero que se produzca el rescate de la imagen de mi abuelo. También una clarificación de las razones por las cuales el Gobierno de Chile acogió la petición del británico de esa época para ayudar al rescate y envió el Yelcho, que le correspondió a mi abuelo comandar. Las razones de fondo que hay detrás de esto en relación más bien con la soberanía de Chile en la Antártida. Como exembajador, ha sido un honor lo que representa llevar el apellido Pardo en el mundo", resaltó.