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Ancuditana que se contagió con la bacteria: "Pensé que moriría"

Un desgarrador relato realizó una mujer que el año pasado se enfermó del temido tifus de los matorrales, luego de recolectar leña. Es uno de los ocho casos estudiados por el equipo científico que siguió la huella de la patología en Chiloé.
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Eduardo Burgos Sepúlveda

Una mujer del sector rural de Palomar, al sur de la ciudad de Ancud y en esta misma comuna, contó como fue que en el verano del 2015 fue contagiada del temido tifus de los matorrales o las malezas que cada año mata a más de 140 mil personas en el Asia Pacífico y que ha sido descubierto en el norte de Chiloé, reportándose no solamente los primeros casos en Chile, sino en América.

La fuente pidió reserva de su identidad, por lo que será identificada como María, de 39 años, quien en los primeros días de enero del verano antepasado comenzó a tener una serie de síntomas extraños, luego de adentrarse en un terreno cerca de su casa junto a su familia para realizar labores de recolección de leña.

"Yo agarré unos palos cortados y los apegué a mi cuerpo, entre mi pecho y mi estómago y de ahí los tiraba a la carreta. Mis hijos no hicieron eso, sino que tiraban los palos, pero no los acercaban a su cuerpo", cuenta de ese triste episodio de su vida.

Al llegar a su hogar, María se percató que tenía una picada parecida a las de pulga común, por lo cual no le dio mayor importancia. "Era como si varias pulgas me hubieran picado en la parte de la guata", explica.

"En una de esas supuestas picadas quedó una manchita rojiza, como si se hubiera infectado altiro", prosigue la lugareña, advirtiendo que "yo no le di importancia porque justo ahí llegaba el botón de mi pantalón, entonces yo pensé que eso me había provocado una irritación".

Al día siguiente, María tenía más manchas rojizas en el tronco del cuerpo, además de comezón: "Mi marido me dijo 'chica, te dio la varicela', porque era todo rojo y se parecía, pero ya había tenido yo esa enfermedad". Tras ello, fue a una farmacia y le recetaron una crema para la supuesta alergia a una picadura de pulga.

Al aplicarse la pomada, la afectada vio que desaparecían las erupciones cutáneas, a excepción de la que estaba bajo el ombligo, que continuó en su sitio, comenzando a oscurecer. Ya iban tres días desde la supuesta picadura.

"De ahí volví a trabajar y el 24 de enero (ya habían pasado cerca de 15 días) comencé con un dolor en la ingle, cerca de la pierna. Era un día sábado y pensé que era apendicitis lo que tenía", comparte María.

Desgarro

Ya el lunes, a la vuelta de sus labores, la isleña sintió un dolor insoportable en una pierna y decidió irse a la Urgencia del Hospital de Ancud, donde el médico tratante le diagnosticó un desgarro, recetándole ibuprofeno y otro medicamento.

Tres días después, María tenía el rostro lleno de unas grandes ronchas, lo cual adjudicó a una alergia producto de una bufanda que había usado, empeorando los días siguientes y sumando que no tenía ganas de comer, prácticamente consumiendo solo agua. Fue al recinto asistencial y nuevamente fue devuelta a su casa, luego de exámenes.

Un día después de lo último, nuevamente fue atendida en la Urgencia del San Carlos y el médico le dio una interconsulta a una dermatóloga. "Ya no podía caminar, yo era una masa capaz de nada. Por suerte, mi hija conocía a la dermatóloga y me llevó la mañana siguiente y ella buscó en internet y encontró un caso similar en Asia", confiesa la afectada.

"Ella se saltó todos los protocolos y me recetó un remedio, diciéndome que iba a probar y en la farmacia habían solo tres cajas y nos dijeron que nunca antes habían vendido ese remedio, que ni siquiera sabían para qué era y menos mal que había", revela María, acotando que "yo lo tomé y en cinco minutos terminó todo".

A los días le pidieron internarse en el San Carlos por tres días, donde personal médico le tomó distintas muestras. Entre otras cosas, se le informó que los exámenes anteriores indicaban que se estaba envenenando la sangre.

Pocas jornadas más tarde y ya dada de alta, llegó un grupo de científicos a su casa, quienes tomaron muestras en el bosque donde supuestamente había sido infectada. "El clima y la lluvia les jugó una mala pasada y no hallaron nada, aunque ellos llevaron una muestra del bicho que hallaron en Guabún (donde en el 2006 se contagió la primera persona)", relata.

"Yo siempre le dije a mi marido que me estaba muriendo y creo que Dios me dio una segunda oportunidad, porque esta enfermedad nadie la conocía y si no es por la dermatóloga, no estaría viva", reflexiona María.

Llamado

Desde la Seremi de Salud se ha llamado a la calma por la aparición de esta extraña patología provocada por la bacteria Orienta tsusugamushi, presente en ácaros cuyas larvas son las que morderían a las personas que finalmente se enferman.

La autoridad está difundiendo a la población que tras el contacto con tales arácnidos, una o dos semanas después de la mordedura se desarrolla una escara negra en la persona, dando paso a fiebre alta, escalofríos, sudoración nocturna, dolores de cabeza y cuerpo, el que se llena de manchas (exantema generalizado). Ante sospecha de este tifus, se debe consultar en los hospitales.

"La enfermedad tiene tratamiento y es de baja incidencia, puesto que hay muy pocos casos. Se demostró que solo un 2,6% de las 232 personas de Chiloé que se les tomó muestras de sangre tenían anticuerpos contra la enfermedad", consignó la seremi Eugenia Schnake en alusión a un estudio realizado por el equipo de científicos que viene monitoreando la patología desde la década pasada.

"Dios me dio una segunda oportunidad, porque esta enfermedad nadie la conocía".

Ancuditana contagiada, por tifus de los matorrales."