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Dios, patria y familia: el premilitar que educa para ingresar a las FF.AA.

El Colegio Víctor Antonio lleva cinco años educando a varias generaciones desde el catolicismo y la doctrina militar. Su directora asegura que nada raro hay en ello. Un singular proyecto educativo.
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Sebastián Mejías Oyaneder

El Mes del Mar ya acabó y con él, todas las celebraciones a las Glorias Navales que, en las distintas escuelas y colegios de Chile, conmemoran a los héroes que dieron su vida en los combates navales de Iquique y Punta Gruesa. Privados, subvencionados y públicos, no hay estudiante que en esta fecha quede fuera de los memoriales a una guerra que terminó con la vida de más de 15 mil personas, entre peruanos, bolivianos y chilenos.

Vistiendo uniforme de soldado color azul y una boina negra, propia de los comandos, los más pequeños en el Colegio Pre Militar Víctor Antonio, de Playa Ancha, recuerdan a su manera este episodio de la historia. La idea es evocar de alguna forma el conflicto, el mar y el esfuerzo que hay detrás de las personas que en él trabajan.

Mientras todos los demás están bien formaditos, bajo la mirada implacable de la directora y el encargado de la doctrina militar, unos estudiantes que no superan los 12 años relatan con voces dulces la relevancia de la pesca artesanal para la economía del país.

Después de la actividad, el recreo los espera. Quince minutos para compartir un rato y jugar con los demás niños, tal como pasaría en cualquier otro establecimiento. "Todo esto es normal, yo no soy una mujer terrible y militarizada a la que los estudiantes le tienen miedo. Como ves, salgo a recreo, comparto con ellos y no se esconden", sostiene repetidamente María Victoria Muga, la directora y también sostenedora, quien le ha dado vida al proyecto.

Nombrado desde sus inicios como Víctor Antonio, para perpetuar el nombre de su padre, recién hace cinco años decidió dar un giro radical hacia la militarización de la enseñanza. Las razones detrás del cambio tienen que ver, según ella, "con una humanidad que se está alejando cada día más de los valores más elementales, como el respeto, la honestidad y, lo más importante, el valor de que las personas piensen por sí mismas y no terminen perdiéndose entre la multitud".

Educar para el ejército

A largo plazo, el foco es que los alumnos logren entrar a las Fuerzas Armadas. Por eso es que lo miltar está dado, principalmente, por el acondicionamiento físico.

Óscar Hernández es el hombre a cargo de esta área, un instructor que prepara a las distintas generaciones de estudiantes, física y doctrinariamente.

Todos sus años de preparación le han transmitido la experiencia necesaria para ser instructor de infantería y hacerse respetar en cada rincón del colegio. A diario se relaciona con el grupo de forma efectiva, como dice, en la transmisión constante de los valores y virtudes del ejército.

Esto se traduce, también, en la graduación de los jóvenes. Las notas, calificaciones y participación en clases, terminarán por separar a los cursos ya no por edad, sino que por grados, tal como ocurre en las Fuerzas Armadas. Por ejemplo, los de 4° medio tienen un poder superior al momento de hacer una fila u ordenar a los más pequeños; eso sí, no es un poder real. No significa que esos que obtienen una mayor graduación adquieran una categoría elevada por sobre los estudiantes, sino que es simplemente un reconocimiento a sus buenas calificaciones.

"Este es un colegio católico y premilitar, y nuestros ejemplos de virtud van por esa línea: por el lado del ejército, se encuentra José Miguel Carrera, quien aprovechó su buena posición social para luchar por una patria más justa para todas y todos, y por el lado católico está Marcelino Champagnat, cuyo ejemplo de virtud y humildad se hace presente en nuestra pequeña capilla", reflexiona Hernández.

El giro a la milicia

Ante la muerte de los valores esenciales, los objetivos que se plantearon como establecimiento están centrados en la formación de sujetos integrales, casi todos hijos de Playa Ancha y del esfuerzo que hay detrás de los sectores populares.

"Vimos que esos niños estaban muy solos, con unos padres que trabajan por lo menos doce horas diarias, así que nos preguntábamos quién pone las reglas entonces, quién los guía y les indica las opciones que tienen: seguir el camino correcto o irse por el camino chueco y el libertinaje", reflexiona la sostenedora.

El camino del ejército se presenta, a los alumnos, como una suerte de apoyo ante el alejamiento de los padres y una sociedad que ha perdido su propio rumbo.

Al decir de María Victoria Muga, "todos los modelos de vida provienen del extranjero, de músicos, estrellas de cine, ideas y conceptos, que nada tienen que ver con lo propio, con nuestra identidad y la vida cotidiana de los ciudadanos".

Al principio, cuando tomaron la decisión de transformar el proyecto inicial, tuvieron serias dudas, ya que nadie les aseguraba la reacción que tendrían los apoderados, ante un futuro marcado por intervenciones militares y uniformes.

Así que lo mejor fue convocarlos a todos y decirles cuál sería el rumbo que tomaría el colegio, a través de charlas de inducción y de videos obtenidos de otros establecimientos con las mismas características.

La recepción, dicen, fue excelente. Nadie quiso quedarse fuera del cambio e, incluso, algunos padres pedían más exigencias a los profesores. "Cuando un padre nos pide que retemos a su hijo no más y que lo pongamos firme, es porque claramente ha perdido toda influencia en su destino", manifiesta Muga, orgullosa de que los mismos papás pongan a sus hijos en manos del colegio.

Igual que todos

Justo en el tiempo del recreo, la directora se pasea entre los estudiantes, vigilando que todo se desarrolle de buena forma. Una normalidad que se apodera del patio principal, lleno de niños y niñas jugando, comiendo sus colaciones y esperando volver a sus clases.

De repente, unos niños se empujan atrás de una puerta. Están en eso cuando el reto de la directora no se hace esperar, con un "qué bonito" que deja a todos con la cabeza gacha y con una sonrisa tímida en los labios.

En total, son 250 los estudiantes que llenan las aulas del colegio, ubicado en la calle Aguayo, en Playa Ancha. Ahí los contenidos que revisan son idénticos a los que se presentan en cualquier otro establecimiento; lo único que cambia es la inversión de las horas de libre elección, en donde se educan bajo el sentido valórico de la doctrina militar.

María Victoria Muga vuelve a insistir: "Somos iguales a cualquier colegio, no hay diferencia". Según dice, acá solamente cambia el trato: "Es bueno, pero acá, aparte de cariño, aplicamos la firmeza y los padres saben en qué manos están dejando a sus hijos".

Otro de los puntos que retorna a la conversación a cada momento, es el del respeto. Según cuentan, nunca en estos cinco años de militarización han tenido que lidiar con casos de violencia escolar. Nada de peleas, de matonaje. Por eso es que Muga se jacta de que el suyo no es igual a otros tantos proyectos, una característica que le atribuye a su régimen.

Lo único que quieren todos es desmarcarse de los prejuicios que giran en torno a su enseñanza. Hasta un taller de teatro tienen, para decirle al mundo que una vida disciplinada puede convivir con el espíritu y con la búsqueda de nuevos mundos, "que permitirán al estudiante ir más allá de los límites de esta sociedad que, de a poquito, va quedándose sin valores", como dice la directora.