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Chilote comparte su secreto para llegar a los 105 años

Su trabajo en las estancias de la Patagonia y sus labores en el campo fueron parte de las experiencias que contó este longevo vecino que vive en Llau Llao, Castro.
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María Eugenia Núñez

"Mi mayor tesoro es gozar de la buena salud". Con estas palabras Antonio Rudecindo Haro Pérez comparte uno de sus secretos mejor guardados y que lo mantienen con una vitalidad envidiable y una mente brillante a sus 105 años.

Su claridad al hablar, a pesar de que su audición ya no es la de antaño, hace transportarse a quien escucha sus historias a la época en que se mantuvo en las estancias de Punta Arenas, Puerto Natales y Porvenir trabajando como esquilador de ovejas, cocinero y cuidador, combatiendo las bajas temperaturas y donde, en una ocasión, la leche que le aportó el encuentro con una vaca lo mantuvo con vida, cuando por muchos días y producto de la incipiente nieve estuvo aislado y sin alimento en la región más austral del país.

Su cumpleaños lo celebró en grande el pasado 24 de abril junto a sus hijos, nietos y bisnietos, como también con amigos e inclusive con el propio alcalde de Castro, Juan Eduardo Vera, quien le llevó un obsequio.

En sus 105 años no solamente rompió la regla de todos los indicadores, como el de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) que señala que la esperanza de vida al nacer en Chile llega a 85 años en mujeres y 80 años en hombres, sino también por esa autovalencia y ganas por seguir disfrutando y aprendiendo de las cosas sencillas de vida, que muchos jóvenes quisieran.

"Mi primer trabajo fue a los 15 años, acá en Llau Llao -donde reside-, ripiando calles y mi pago a fin de mes era un quintal de harina, el que se lo llevaba a mi mamá", recuerda el longevo vecino, quien desde pequeño también aprendió las labores del campo junto a sus otros cinco hermanos, todos fallecidos.

Su lucidez y claridad para explicar esos pasajes de su vida asombran, no solo por lo entendible de sus palabras, sino también por esa sabiduría que únicamente se gana con la experiencia.

Al consultarle cómo se define en este más de siglo a cuestas, el exagricultor señala que "me siento un hombre pleno de buen sentido común que trabajó mucho, nunca tuve vicios que hoy me tienen con buena salud, la vida me enseñó su lado amable pero también el que no lo es tanto".

Veinteañero

Sentado en el living del hogar que comparte con su hija Gloria, este isleño que como muchos dejó su tierra en la primera mitad del siglo XX, con apenas 20 años, para trabajar en Magallanes y de esa forma darle un mejor pasar a su familia, hoy recuerda con nostalgia esa época en que los viajes "eran eternos, en grandes barcos como el Navarino".

"Soy agradecido, la vida me dio momentos alegres y difíciles a la vez, también cinco hijos que al día de hoy están a mi lado", recalca este chilote que goza del fútbol, la Parada Militar y la música.

Sobre su experiencia en Magallanes aclara que "no había trabajo difícil si se hacía con buena voluntad".

Otra de sus anécdotas que con cariño evoca es la vez en que cazó 7 mil conejos o cuando aprendió con el tiempo a hablar algo de croata, pues era el idioma de sus patrones. "No me quedaba otra tenía que aprender", subraya mientras comparte un saludo y despedida en ese idioma.

Su memoria también lo transporta al Chiloé profundo, ese que vivió con sus padres y hermanos cuando Castro era una pequeña ciudad y Llau Llao, un caserío.

"Una vez mientras estaba en un corral de pesca vi un buque negro iluminado pero sin tripulantes... dicen que era el Caleuche... no tuve miedo", puntualiza a la vez que su mente se traslada a otra experiencia, esta vez con unos brujos que vio volar.

Más tarde, su historia continúa con la formación de su propia familia junto a su esposa Auristela Díaz Oyarzún, su compañera que falleció hace dos años.

"Yo no era pololo, ellas querían pololear conmigo", menciona con picardía y una sonrisa en sus labios.

Pese a que su señora ya no está físicamente con él, sí permanece en sus recuerdos y en la herencia que le dejo: sus hijos.

"Ellos son muy buenos conmigo, tengo la gracia de tenerlos cerca. Me celebraron mi cumpleaños, como todos los años, y lo mejor es que recibí mucho cariño, de gente no solo de acá, sino también de otras partes como Punta Arenas y Santiago, me siento querido", culmina Antonio Haro mientras se prepara para iniciar un nuevo día junto a quienes más ama.

"Una vez mientras estaba en un corral de pesca vi un buque negro iluminado pero sin tripulantes... dicen que era el Caleuche... no tuve miedo".

Rudecindo Haro,, exagricultor."