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El increíble caso de Lina Medina, la madre más joven del mundo

Impactó a la ciencia y al mundo: a los 5 años, la niña peruana dio a luz a un bebé. Hoy la mujer vive en Lima, tiene 84 años y nunca ha vuelto a hablar de su historia.
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Néstor Flores F. - La Estrella de Valparaíso

La vida de la peruana Lina Medina, a pocos días de cumplir 85 años, es la historia de maternidad más asombrosa e increíble jamás contada. Y, por cierto, acreditada por la ciencia.

Entre los detalles descritos, se consigna que al momento del parto aún contaba con algunos dientes de leche. Y no porque tuviera cierta irregularidad en el desarrollo de su boca, sino porque Lina fue madre siendo una infante.

En efecto, esta pequeña tuvo a su bebé cuando contaba con apenas cinco años, siete meses y veintiún días de edad. En Chile, a esa edad, cualquier niña recién va en kínder.

Medía apenas un metro y diez centímetros y no pesaba más de veinte kilos cuando se diagnosticó su embarazo. Vivía junto a su familia en el desamparado poblado de Antacancha, una de las zonas más pobres de Huancavelica, en la ladera oriental de la Cordillera de los Andes, en el Perú.

En esa zona las familias deben sobrevivir con menos de mil pesos chilenos diarios. Cuando Lina nació, en septiembre de 1933, el analfabetismo superaba el 90%. El nivel de pobreza era tan extremo que obligaba a la menor a dormir con sus hermanos sobre pieles extraídas a distintos rumiantes.

Lina siempre despertó cierta admiración y curiosidad en su pueblo, pues cuando aún no cumplía su primer año de vida fueron encontradas algunas manchas rojizas en su ingle. Cuando descubrieron que era sangre -su propia sangre, muchos creyeron que se trataba de estigmas.

Ese fue el motivo, quizá, por el que la pequeña era considerada como la propia Virgen María, y más luego de dar a luz. Su hijo, por cierto, era reconocido como hijo del 'Dios Sol'.

La situación se tornó más delicada a un par de meses de cumplir tres años, pues la sangre corrió por sus piernas, casi hasta el suelo. Cuando su madre le realizó un precario examen que buscaba dar con el origen de la herida, la sorprendió "el tenue vello que se evidencia alrededor de los genitales".

Este evento no dejó de asombrar, pues se repetía cada cierto tiempo. De acuerdo a las observaciones de la familia, el sangramiento regresaba con cada luna llena.

el embarazo

Sin embargo, este sistemático sangrado desapareció en diciembre de 1938. Al contrario de lo que sus padres -Tiburcio y Victoria- esperaban, Lina se vio más decaída. Entre marzo y abril de 1939 ambos reconocieron que la barriga de la niña se veía muy hinchada. Días después se retorcía de dolor. Lo terrible era que el hospital más cercano estaba a más de 160 kilómetros de Antacancha.

Lina y su padre iniciaron el viaje, caminando en un comienzo, y en brazos de su papá a medida que pasaban las millas. Tres días después llegaron al Hospital de Pisco donde, tras decenas de exámenes y diversas observaciones, y ante la incredulidad absoluta de todos quienes estaban ahí, los médicos reconocieron lo increíble.

Un texto posterior dice que el médico "le encuentra los senos desarrollados y con tubérculos de Montgomery; la piel del abdomen con algunas estrías; y vello pubiano. Envía a ubicar al radiólogo. La toma de la placa se realiza con toda normalidad... Espera ansioso el procesamiento de la placa radiográfica. El doctor Lozada lo toma casi hurtándolo y lo coloca en el negatoscopio. Treinta segundos son suficientes para confirmar el diagnóstico, el resultado es categórico: se observa un feto en situación normal, en presentación cefálica, con una cabeza ya voluminosa compatible con una gestación de aproximadamente ocho meses".

De ese modo, la noticia dio la vuelta al mundo. Y, con ella, la búsqueda inmediata del padre del bebé.

El nacimiento

Para el momento de la cesárea, el hospital registró el ingreso de casi mil personas, más quienes logran filtrarse a los pasillos sin inscribir su entrada. Un camarógrafo de la compañía internacional Kodak fue apuntado como enviado especial para inmortalizar cada segundo vinculado al parto de Lina Medina.

Cuando el médico Gerardo Lozada, quien se hizo cargo del caso de la niña, cortó el cordón umbilical, levantó al bebé y demostró a los asistentes que era un varón, con un desarrollo absolutamente normal: medía 48 centímetros y pesaba dos kilos y setecientos gramos.

Luego de bautizarlo con el nombre de Gerardo, como el profesional, a la niña-madre le llovieron los ofrecimientos de ayuda, y de todo el mundo. Incluso le prometieron una estadía prolongada en Estados Unidos, con estudios médicos y un subsidio de mil dólares mensuales. Pero el gobierno peruano se opuso, afirmando que se haría cargo de todos los gastos, tanto de Lina como del pequeño Gerardo, de por vida.

La ayuda, sin embargo, desapareció antes de que el menor cumpliera tres años, momento en que debieron regresar a Antacancha, pues sin apoyo fiscal no podían sostenerse en una ciudad tan cara como Lima. Allí Lina siguió su vida tal como antes del nacimiento y creció como una hermana de su propio hijo.

Un par de años después, ambos chicos -madre e hijo- estaban en la escuela. En una pelea infantil, a Gerardo le gritaron que su hermana Lina era, en realidad, su madre.

adulta

A los 21 años, Lina se graduó de taquígrafa en Lima. Y Gerardo Lozada, su médico, la contrató para que trabajara en su consulta, llevándose a ambos a vivir con él y su familia, una de las más adineradas de la capital del Rímac.

En 1960 falleció Lozada. Gerardo, de 22 años, se volvió alcohólico, pero luchó contra la adicción y se casó en 1975. Meses después le diagnosticaron mielofibrosis y falleció a comienzos de 1979.

Lina había tenido otro hijo en 1972, de nombre Raúl, como su padre. Pero su vida dio muchos giros y todos ellos la fueron condenando a situaciones de más pobreza. A pesar de la necesidad, se negó a aceptar ofertas de entrevistas. De Raúl Jurado, su esposo y enamorado desde que se conocieron, enviudó en 2009. Recibe una pensión que en pesos chilenos equivale a menos de $30.000.

Actualmente vive sola, aparentemente feliz, fluctuando en dos pequeños hogares entre el barrio de Chicago Chico, en los suburbios de Lima, y Pisco, cerca del hospital donde naciera Gerardo. Sin embargo, nunca habla de ese primer parto, con nadie. Y menos del padre de aquel bebé, nombre que permanece en un misterio hasta hoy.