Secciones

Artesanas de crin comparten un oficio único en el mundo

Declaradas Tesoros Humanos Vivos, mujeres de Rari -un pequeño pueblo de la Región del Maule- transmiten lo que saben a las nuevas generaciones y anhelan tener su propio museo.
E-mail Compartir

Fabián San Martín D. - La Estrella de Valparaíso

El origen de su hermosa actividad no está claro y forma parte de un mito... no urbano, sino que rural. Algunos dicen que unas monjas llegaron a las termas del sector y cuando metían los pies en el agua y el barro, con raíces de árboles confeccionaron un canasto. Otra versión señala que el dueño de unas termas quedó maravillado con los objetos que una mujer hizo como pasatiempo.

Lo cierto es que, con el paso de los años, las mujeres de Rari -hay varones también- mantienen la tradición de la artesanía en crin. Rari es un pueblito perteneciente a la comuna de Colbún, en la provincia de Linares, que se ubica en la precordillera, cercano a las termas de Panimávida y Quinamávida. Todo en la Región del Maule.

A lo largo de una angosta calle, y rodeado de bellos parajes y tranquilidad envidiables, donde abundan los campings, hay letreros en las casas en los que se repite lo que mueve al pueblo: artesanía en crin.

Cada semana, las cultoras se reúnen en la junta de vecinos para ofrecer talleres y exhibir su oficio a estudiantes y visitantes en general. Gracias a una invitación de Sernatur Maule conocimos a cuatro de ellas: Ana María Albornoz, Ana María Muena, Guadalupe Sepúlveda y Eusebia Quesi, presidenta de la Agrupación de Artesanas de Rari.

Relatan que sus predecesoras recogían raíces de álamo, sauce o espino de las orillas de ríos y canales para tejer los productos. A mediados del siglo XX, estos insumos comenzaron a decaer, por lo que fue necesaria la búsqueda de nuevas materias primas.

"Primero fue la cola de vaca, pero era muy corta y crespa y no gustaba a las artesanas. Dicen que en un alambrado un joven halló la crin de cola de caballo y se la llevó a su madre, pero en realidad es un misterio", cuentan Guadalupe y Eusebia.

Las mujeres acuden a los mataderos a conseguir las colas equinas que hoy les venden por sacos y que escasean. A falta de raíces, y para darle firmeza al tejido, fueron más allá de nuestras fronteras, específicamente a México, en búsqueda de una fibra vegetal café llamada tampico, que hoy se conoce como ixtle.

"En 2016 se compró media tonelada que nos llegó a los nueve meses. En el primer pedido cada artesano pagó unos 30 mil pesos por 5 kilos, que sirven para un par de años. Ya nos está faltando y estamos gestionando un nuevo pedido que sería de una tonelada, la que llegaría el próximo año", afirma una preocupada Eusebia por la escasez del material.

El proceso

Volviendo al proceso del crin, una vez que las artesanas obtienen la colas de caballo, las someten a una exhaustiva limpieza que incluye agua tibia, detergente o jabón, y cloro para remover sangre y suciedad. Se peina y se deja secar a la sombra. Luego viene el teñido, que solo es factible para las crines blancas, ya que las negras y cafés mantienen su color. Antiguamente el teñido era con hierbas, raíces y hojas, en ollas al brasero con piedra lumbre. Con la modernidad, las anilinas químicas y la sal reemplazaron a los vegetales, y las cocinillas a gas a los braseros.

Una vez secado y peinado el crin, se eligen las delicadas hebras para el tejido. Primero se urde el esqueleto de la figura, lo que siempre se realiza en base a un círculo. "El círculo sirve para formar aros, pulseras, quitasoles, etcétera; dependiendo de lo que sea es lo que uno se demora", afirma Ana María Albornoz.

Tras el urdido viene el tejido o entrelazado del crin a través de la trama, en el que se eligen las hebras más delgadas. La costura final o de cierre es con la ayuda de una aguja donde se afirman las hebras para evitar el desarme. Finalmente se embarrilan o envuelven las fibras de vegetal y crin para los detalles de las figuras, como flores, animales, personajes mitológicos u adornos domésticos. Algunos artesanos han incorporado a los objetos de metales como cobre, plata o acero quirúrgico.

herencia de familia

Ana Albornoz es nacida y criada en Rari. Aprendió el oficio de su abuela, madre y tías. "Es conocimiento que se traspasa de generación en generación. Aprendí mirando desde los 7 años, recogía hebras y armaba canastas y formaba cosas para venderlas", cuenta la mujer que, por ejemplo, demoró unos tres meses en hacer un ramo de novia que vendió en 140 mil pesos.

La artesana Ana María Muena tiene una hija y una nieta que siguen sus pasos, pero les preocupa que a la juventud no le interese perdurar este arte. "Tememos que se pierda en el tiempo, las chicas estudian y se van, prefieren irse a las universidades, lo que antes no se podía porque éramos muchos hijos, y los padres no tenían recursos para pagar los estudios", comenta.

"Todo es hecho a mano, no usamos ninguna máquina excepto la aguja para terminar y la tijera para cortar las puntas", asevera Eusebia, quien tiene una mirada optimista del oficio. "Sé que lo nuestro no va a morir porque alguien va a seguir tejiendo. La artesanía es conocida a nivel mundial, es un misterio por qué es tan apetecida... Puede que sea por la fineza, porque cuando nos compran todos quedan maravillados de que sea algo tan delicado y a mano", asegura la dirigenta, que sueña con que su rubro no pague tantos impuestos y con la construcción en Rari de un museo del crin.

"En Rari se puede vivir la experiencia de tejer, hilar y teñir y llevarse un suvenir de estos productos artesanales que tienen un valor importantísimo para la identidad de la región y nuestro país", sostiene Carolina Reyes, directora de Sernatur Maule.

El año pasado, la agrupación de artesanas entregó en comodato al Museo de Arte y Artesanía de Linares el mural "Homenaje a Violeta Parra, de artesana a artesana", con motivo de los 100 años del natalicio de la artista chilena. Fue su primer trabajo colectivo, en que una veintena de ellas trabajó seis meses en la elaboración. Pocos días atrás las cultoras fueron destacadas con el Sello de Origen del programa del Instituto Nacional de Propiedad Industrial (Inapi), un paso más para que su arte inigualable prevalezca por siempre.

"Primero fue la cola de vaca, pero era muy corta y crespa y no gustaba a las artesanas. Dicen que en un alambrado un joven halló la crin de cola de caballo y se la llevó a su madre, pero en realidad es un misterio".

Guadalupe Sepúlveda, y Eusebia Quesi,, artesanas de crin de Rari."