Otra vez lo mismo, pensó Thomas Briceño. El judoca llevaba meses preparándose con rigor espartano para los Panamericanos, pero una nueva lesión colocaba un manto de duda sobre su participación. Problemas físicos ya lo habían lastrado en los Sudamericanos de 2014 y en los Panamericanos de 2015. La misma frustración lo comenzaba a carcomer.
"Me corté el ligamento interno de la rodilla, me tuvieron que infiltrar. Estuve todo junio sin poder hacer judo, solamente recuperando la rodilla. En un segundo, vi lejana la medalla. Me decía a mí mismo: 'Estoy pasando por lo mismo nuevamente, ¿qué voy a hacer'", le cuenta a Emol.
Le dieron el alta en julio. El tic tac del reloj apremiaba y el miedo a una recaída pasaba como un fogonazo que alumbraba sus recuerdos más oscuros. Sin embargo, esos temores colisionaban con su deseo de revancha.
"En el minuto en que el doctor me da el alta, me enfoqué en entrenar, sin parar, sin permitirme pensar en la lesión. Fue ese entrenamiento que me hizo sacar lo mejor de mí e ir a Lima sin el temor de que estaba retrasado en la preparación por la lesión", comenta.
Pese a la posición en la que estaba, Briceño no sintió angustia. Miró a su entrenador y él le recordó la táctica. Con un rápido movimiento, logró poner su pierna izquierda por detrás de su rival y empujó con todas sus fuerzas hasta hacerlo de espaldas y conseguir el ippon. Se acabó, la medalla de oro en la categoría 100 kilos era suya.
Briceño hizo historia. Tal como en Río 2016, cuando fue el primer judoca chileno en ganar un combate en los Olímpicos. Nunca su disciplina había conseguido un oro en unos Panamericanos, pero antes que él, hubo otra deportista que rompió una marca: Mary Dee Vargas.
Larguísimo
Fue un combate de larguísimo aliento. Un esfuerzo colosal que exigió al máximo cabeza y músculos. Trece minutos de brega que acabaron con Vargas (categoría 48 kg.) obteniendo el bronce ante la brasileña Larissa Farias.
Fue un combate de larguísimo aliento. Un esfuerzo colosal que exigió al máximo cabeza y músculos. Trece minutos de brega que acabaron con Vargas (categoría 48 kg.) obteniendo el bronce ante la brasileña Larissa Farias.
Esa imagen de Vargas con las manos cubriéndose el rostro y con lágrimas en los ojos pudo nunca haber ocurrido. Su papá practicó judo y desde que era una niña de cinco años la llevaba al dojo. Los logros no tardaron en llegar, pero en plena adolescencia la deportista lo dejó.
"Tuve lesiones. Llevar estudios y deportes, además, es súper complicado, sobre todo en una etapa de colegio, en la que no recibí mucho apoyo", declara.
Vargas se sentía perdida. Una buena PSU le abrió el abanico de opciones y finalmente se decantó por arquitectura en la Universidad Católica. Si bien también pensó en la Escuela Naval, a esa altura había tomado otra decisión importante.
Rendimiento
"Cuando me salí de la enseñanza media, decidí volver al alto rendimiento. Ir a la Escuela Naval implicaba irme a Valparaíso, por ende me era imposible entrenar en el Centro de Alto Rendimiento en Santiago y estudiar en Santiago", apunta.
Le costó, y mucho, recuperar el tiempo perdido. Los casi cinco años sin entrenar se sentían en el cuerpo y en la memoria.
"Partí de la nada la verdad, casi no recordaba el deporte. Me puse de cabeza a entrenar. Yo me salté varios niveles y estuvo bastante complicado tratar de igualar a mis compañeros y después tratar de igualar un nivel mundial que existe afuera. Han sido años de mucha eficiencia, con metas bastante grandes", afirma la deportista.
Con ese tercer lugar, Vargas devolvió al judo a un podio panamericano luego de 36 años. La última en obtener una medalla había sido Vilma Cianelli (66 kg.) en los Juegos de Caracas 1983.