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Vivir entre el hielo: el día a día en una base científica antártica

Urugayo pudo convivir con los residentes y cuenta que hay hasta una iglesia de madera en la isla Rey Jorge.
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Agencia Efe

Estás al sur de todo. Debajo de ti no hay nada que no sea hielo. El día dura seis meses, el mismo tiempo que la noche, y las temperaturas pueden alcanzar los 30 grados bajo cero. Sobre el paralelo 62, un grupo de casetas rojas da cobijo a decenas de militares y científicos que trabajan a diario en condiciones extremas. Bienvenidos a una base de investigación en la Antártica.

El viaje comienza en Montevideo, a bordo de un avión Hércules de la Fuerza Aérea Uruguaya, que hace escala en Punta Arenas, frontera austral del continente americano. Allí, la tripulación pasa la noche y espera a que se abra una "ventana climática" para reemprender el vuelo.

Quedan tres horas sobre mares helados hasta la isla Rey Jorge, donde espera un aterrizaje complicado en una pista corta. "Hay que tenerle mucho respeto", advierte el comandante del avión, Martín Campoamor, mientras prepara la maniobra de descenso.

La Isla Rey Jorge -que los argentinos llaman "25 de Mayo" y los rusos "Waterloo"-, es la mayor del archipiélago Shetland del Sur y debe su nombre al monarca británico Jorge III. Su extensa superficie, de unos 1.000 kilómetros cuadrados, es un punto diminuto en el continente antártico que da refugio a las bases científicas de de Argentina, Brasil, Chile, China, Corea del Sur, Perú, Rusia o Uruguay.

En este "campus" internacional extremo, donde todo está controlado y librado al azar al mismo tiempo, la convivencia es clave para la supervivencia. La Antártica es un continente de paz sin lugar para la confrontación. Aquí, el diálogo siempre es la solución.

Soledad helada

En verano, cuando las condiciones se asemejan a los inviernos de muchos países, la Base Científica Antártica Artigas de Uruguay (BCAA), acoge a unas 40 personas entre militares y civiles. Se levantó en 1984, frente a una playa habitualmente poblada de pingüinos. La filosofía de camaradería internacional del paisaje exterior, se aplica también en el interior de este espacio. Todos comparten todas las tareas y todos los habitáculos.

El trabajo diario es rutinario. Desde temprano, la dotación se encarga de las tareas logísticas en la base, mientras que los científicos se desplazan a los rincones de la isla donde llevan a cabo sus investigaciones. Esta separación diaria facilita la convivencia, porque no es sencillo vivir en lo más remoto del planeta. La distancia con la familia deja marcas en todos.

Las condiciones son siempre duras, como mínimo. En verano solo hay un instante de oscuridad entre las 2 y las 3 de la mañana. En invierno, la noche es casi permanente.

El verano se soporta bien. Llegan partidas de científicos jóvenes y entusiastas. El clima, más en el interior que en el exterior, es distendido y alegre. Cuando llega el invierno todo cambia, y la fortaleza mental de la dotación que se queda es fundamental. La base despejada y con un suelo de piedras se tiñe de blanco y las temperaturas diarias llegan hasta los 20 grados bajo cero.

En este momento, la unión y la buena convivencia son vitales. Por suerte para los uruguayos, la BCAA es la que tiene la mejor conexión de internet de toda la Isla Rey Jorge, y eso lo facilita todo. Incluso la comunicación con los seres queridos.

Comida y salud

Las tareas de la BCAA empiezan a las siete de la mañana, hora del primer café de la jornada en el comedor, el primer momento compartido del día.

Todas las comidas las hacen dos chefs: "Titán" (Rudy Píriz) y "Lobo" (Wilson de los Santos). Titán va a permanecer un año en la Antártica. Este marino lleva 22 años en la Fuerza y ha vivido misiones de paz a lo largo del mundo. Su sueño era concursar en Masterchef, y se embarcó en esta aventura congelada para ayudar económicamente a su familia, pero también vivir una experiencia única.

Los científicos son la razón de ser de la BCAA. Lo principal en todo el entramado logístico es que todo funcione para que ellos puedan hacer sus trabajos de la mejor manera posible.

Los proyectos son variados. La misión actual tiene a un grupo trabajando en la búsqueda de mosquitos invasores procedentes de Europa, mientras que una agrónoma estudia los microorganismos promotores del crecimiento vegetal. Pero en cada una de las misiones (que suelen durar entre 15 días y un mes) los proyectos cambian y van desde investigaciones uruguayas hasta colaboraciones internacionales.

Todos los científicos comparten la pasión por su trabajo y un sentido de pertenencia con la Antártida. Cada pie que apoyan en el terreno y cada extracción que llevan a cabo buscan que genere el menor impacto ambiental posible.

La fe en los confines

Al caminar por los senderos hacia la base rusa, se divisa sobre una colina una de las construcciones más llamativas e inesperadas de toda la isla: una iglesia. Es un templo ortodoxo de madera situado en lo más alto. Su sacerdote, Pallady, lleva cinco inviernos recibiendo a fieles.

La necesidad de la espiritualidad en un lugar tan alejado del resto del planeta es tal que, sin importar la religión que profesen, las personas se acercan solo para conversar con un sacerdote que los escuche y pueda darles consejo.

Aunque ninguno lo quiera, la huella humana es una realidad en esta isla. Los senderos por donde pasan los vehículos están delineados, y en los alrededores de algunas bases, como la chilena y la rusa, hay pruebas de la presencia y actividad del ser humano: hierros, restos de vehículos y basura. La presencia humana es cada vez mayor, los turistas llegan por miles anualmente y el trabajo en las bases aumenta. Aunque a simple vista no se note, la Antártida corre peligro.

"La huella humana es una realidad en esta isla. Los turistas llegan por miles y el trabajo en las bases aumenta. Aunque no se note a simple vista, la Antártica corre peligro".

Federico Anfitti,, periodista uruguayo