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Una heroína de la tercera edad

Parió 11 hijos, le quedan 9 y la menor, Yanett, con sordera y discapacidad mental, es su compañera inseparable. A sus 77, edad en que debería ser cuidada, sigue velando por su "guagua". Forma parte del Programa Domiciliario del Adulto Mayor (Padam) del Hogar de Cristo en la ciudad de Ancud.
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Ximena Torres Cautivo

María Floridema Gómez (77) sabe que "con la mar llena no se puede trabajar". La mar llena sirve para tratar de matarse, que es lo que ha intentado un par de veces, por desesperación, por soledad, por hambre, siempre de la mano de Yanett Martínez (45), su hija menor, que es sordomuda y tiene una leve discapacidad mental. Ambas constituyen una dupla inseparable, que ha sobrevivido incluso a esos intentos autodestructivos. "Cuando me quedé sola, al morir mi segundo marido, quise irme para siempre, yo con mi guagua, la Yanett. Lo intenté por allá, por Arena Gruesa, pero me sujetó la finá Fernanda Gallardo. Ella me salvó".

María y Yanett son algueras de litoral, recolectoras de orilla en el sector Fátima de Ancud. Ocupan una casa contrahecha que uno de sus hijos le cambió a una pareja por la vivienda básica que ella tenía.

"Lo hizo cuando yo estaba en el hospital, tratándome un cáncer, del que logré salvarme y ahora estoy bien. El gobierno me había dado una buena casa, pero él se la negoció al matrimonio que vivía acá. Ha hecho mucho daño ese hijo mío. En general, todos mis hijos están mejor de plata que yo. Al Rigo es al que le ha ido más bien", dice esta mujer que nunca fue a la escuela y no sabe leer y escribir, aunque en materia de números asegura que se maneja.

Nacida en Osorno, madre de 9 hijos vivos, dos veces viuda, forma parte del Programa Domiciliario del Adulto Mayor (Padam) del Hogar de Cristo en la ciudad de Ancud. Es una de los 30 "viejitos" a los que la monitora Fanny Torres les conoce "hasta la talla de ropa y el número de calzado".

Jornada

El día está radiante y el sol hace que la luga, el alga que recolectan y con la cual incrementan sus respectivas pensiones -María recibe una pensión de viudez y Yanett, una de invalidez, de 134 mil pesos cada una-, dé destellos color ámbar. "Nos pagan por saco", comenta.

Al menos cinco perros son los bravos cuidadores de la casa, pero Fanny, la monitora, los conoce y los sabe aplacar. Cuando entramos, en el patio, que es un tiradero de electrodomésticos en desuso, de algas secándose al sol, de piures en canastas, reina una camada de encantadores gatos cachorros. María luce bien, sin rastros del cáncer que la aquejó. Bien parada, con tranco firme y sonrisa fácil, salvo, claro, cuando sentada en la mesa de su comedor, dentro de la precaria construcción, se imagina el futuro de su hija Yanett cuando ella ya no esté.

Los ojos se le inundan de lágrimas y llora. Esa es su pena y su mayor temor. Y vuelve a hablar de ese día de tormenta cuando se tendieron juntas en la arena, esperando que las olas furiosas se las llevaran mar adentro. "No sé quién va a cuidar de ella cuando ya no esté", solloza.

Yanett es indiferente a esos temores. Obedece alegremente las instrucciones de su madre, de la monitora y se interesa por la cámara de video. Se entusiasma cuando les proponemos bajar a la playa para que nos muestren cómo es su trabajo de recolección.

Con sus cinco perros, calzada con sus botas de agua y un tronco seco a manera de bastón, María emprende la marcha. Son apenas unos metros para llegar al mar. María dice que ganan unos 20 mil pesos por semana en la recolección de la luga, que está ahí, tirada en la arena ahora que aún hay marea baja.

"Nos levantamos a las 5 y media de la mañana cuando baja la mar para recoger estas hojas. Se las vendemos a un caballero al que le decimos Jano. Él viene acá a buscarlas, cuando ya tenemos la meta de unos 12 a 14 sacos llenos los días sábados. La luga se va toda a Japón y, aunque no es mucho lo que se gana, es un ingreso bueno para nosotras. Son unos 20 mil pesos a la semana para las dos", declara, mientras posa y bromea.

Casa

También cuenta que muy pronto a Yanett le entregarán una vivienda básica en una población tierra adentro. Les cambiará la vida en cuanto a higiene y servicios básicos, pero quedarán a una media hora de caminata de la orilla del mar, donde está su sustento. Y no se podrán llevar a los perros. La monitora Fanny Torres dice que ese es todo un tema, pero se alegra por ellas, porque, sin duda, vivirán en mejores condiciones que ahora, sobre todo en los largos y lluviosos meses de invierno. "Yo les he aconsejado que mantengan la casa donde ahora viven como bodega. Que la manejen bien cerrada y tengan aquí a sus perros, cuando les entreguen su vivienda nueva", comenta Fanny, cariñosa y protectora de la "tía María y la dulce Yanett", como las llama.

María, que se declara "buena caminante", asegura que está en una buena etapa de su vida, feliz y tranquila viviendo con su guagua, Yanett. Que en el invierno a veces se resguardan en las oficinas del Padam del Hogar de Cristo, hasta donde se van caminando, porque allí encuentran amistad y compañía.

"Me gusta compartir, conversar con otros, ahí lo paso bien", dice María, poniéndose un gran trozo de luga sobre los hombros a la manera de una capa, como una heroína chilota de la tercera edad.