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Polvo y gas juegan rol clave en evolución de los agujeros negros

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El agujero negro supermasivo en el centro de la Vía Láctea, Sagitario A*, tiene una masa equivalente a la de cuatro millones de soles. Su investigación ha permitido teorizar que todas las galaxias, o al menos las más masivas, tienen en su centro un agujero negro supermasivo. En algunos casos esos objetos pueden comer material cercano y emitir mucha energía. Esos objetos se conocen como núcleos activos de galaxias.

Comparar Sagitario A* con el agujero negro supermasivo de la galaxia M87 (el primero en ser fotografiado, en 2019) revela que pese a su colosal tamaño, el nuestro es mil veces más pequeño y menos masivo que el de esa galaxia, ubicada a 55 millones de años luz de la Tierra y con la masa de 6 mil millones de soles.

Pero, ¿cómo un agujero negro crece tanto? Si bien se sabe que pueden devorar estrellas, un nuevo estudio publicado en Astrophysical Journal revela que el polvo y el gas que circundan de estos objetos juegan un rol clave. "Nos enfocamos en la relación entre los agujeros negros y el material en su alrededor que los alimenta", dijo Claudio Ricci, el astrónomo de la Universidad Diego Portales y el CATA que dirigió el trabajo.

"Descubrimos que la cantidad de agujeros negros en acreción (crecimiento) disminuye cuando hay menos gas y polvo en su alrededor, y que este material desaparece debido al efecto de la radiación del agujero negro, que lo empuja y lo lleva lejos", apuntó Ricci.

"Comer" más rápido

Según el sondeo, los agujeros negros empiezan su fase de acreción con relativamente poco gas y polvo, de modo que en una primera etapa se alimentan lentamente. Una vez que reciben más material, debido por ejemplo a la explosión de estrellas cercanas, empiezan a "comer" más rápido, pero esto se traduce en que empiezan a emitir mayor radiación, empujando lejos el material que los alimenta.

Franz Bauer, investigador de CATA y participante del estudio, explicó que "los agujeros negros quedan con muy poco material cerca, vale decir, menos comida. Así, empiezan a crecer más lento, hasta que se les vuelve a acabar el alimento y no emiten energía".

"Se piensa que hace algunos millones de años Sagitario A* estuvo en fase de acreción, y es posible que esta fase se haya detenido por las razones que descubrimos en el estudio: el empuje del material cercano por la radiación emitida", adicionó Ricci.

Varios fenómenos contribuyen a que los agujeros negros vuelvan a fase activa, como vientos estelares, estrellas o nubes de gas que se "aventuran" muy cerca del agujero negro o choques de galaxias, como el que ocurrirá entre Andrómeda y la Vía Láctea, en 5 mil millones de años.

[tendencias]

Tyson Sadler: hay que viajar menos para bajar el impacto climático

El director de "The Last Tourist" expone "la verdad incómoda" de los viajes. Además de la huella de carbono, revela el efecto social en los destinos.
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EFE - Medios Regionales

Viajar tiene un impacto climático y socioambiental inevitable, y así, para detener el calentamiento y evitar también el "neocolonialismo" que supone esta actividad sería necesario "viajar menos y quedarse más tiempo en cada sitio", dijo el cineasta Tyson Sadler.

El director de "The Last Tourist", documental proyectado en el Another Way Film Festival de Madrid, en España, expone en esta cinta la "verdad incómoda" de los viajes, una actividad que, para el creador, es un lujo reservado para las poblaciones ricas a costa de los países más pobres, que son los principales destinos turísticos.

Así, "el turismo es una forma de neocolonialismo", sentenció el director desde Vancouver (Canadá), quien además de reconocer la huella ambiental que acarrea desplazarse y aprovechar los recursos de otros países -por ejemplo, en hoteles que son agujeros de consumo-, plasmó en su cinta las consecuencias sociales de recorrer el mundo.

En un momento en que viajar se vuelve más accesible que nunca gracias a los vuelos low cost, y en que las redes sociales alimentan el ansia por pisar otros lugares "por la foto", "The Last Tourist" aspira a generar conciencia para enterrar al "turista" y dar lugar al "viajero", cuya visita esté sujeta a las normas de los residentes, y no al revés.

Según la película, viajar debería funcionar como un intercambio en el que ambas partes reciben algo positivo: cada una se nutre de la experiencia y visión.

Sin embargo, el turista estándar no favorece esa aportación, ni cultural -pues "se ha perdido" la interacción con la población local- ni tampoco en términos económicos: solo un 14% de cada dólar gastado se queda allí.

La voz de la etóloga británica Jane Goodall y otros especialistas ambientales y del sector turístico nutren el largometraje de reflexiones y datos que invitan a rechazar la idea mercantilizada del viaje, y a cuestionarse si los turistas aceptarían en sus países lo que ven hacer en los destinos.

El problema, incide el filme, es que con esas "vacaciones de la realidad" convive una realidad en el destino, que estaba antes de que llegara el turista y que continuará tras su partida, en muchos casos, afectada negativamente por la degradación ambiental.

El documental refleja la explotación y el tráfico animal que fomentan atracciones turisísticas pensadas para gente que, paradójicamente, "ama la naturaleza", y que busca vivir experiencias demasiado cerca de animales salvajes, lo que suele implicar domesticar a esas especies y deriva en casos de maltrato, como revela el ejemplo de los elefantes asiáticos.

También saca los colores al "volunturismo", pues aunque la mayoría se desplacen con la mejor de las intenciones, en la práctica esta actividad que mueve cerca de US$2.000 millones anuales ha propiciado la proliferación de orfanatos, que se han llenado de niños con padres -separados de sus familias- en países como Kenia.

En esos centros que reciben constantes visitas de voluntarios que enseñan -a veces sin preparación ninguna- o acompañan a los huérfanos, "The Last Tourist" arguye que estos se convierten en un producto no muy distinto al de los animales de zoológicos.

Pese a mostrar en su documental varios ejemplos de turismo más responsable, Sadler alega rechazar las etiquetas de "sostenible" que se publicitan con determinados tipos de viajes, pues reconoce que de cualquier manera de trasladarse tiene un coste socioambiental y climático inevitable.

Sin embargo, asumiendo que, según las proyecciones de la Organización Mundial del Turismo, "los viajes no tenderán a reducirse sino a dispararse en las próximas décadas", el cineasta aboga por fijar un máximo de visitantes anuales para cada lugar y sortear los permisos entre quienes los solicitan, como ya hacen algunos parques nacionales en Estados Unidos. Así, argumentó, se aliviaría la presión turística sin que el criterio para elegir quién viaja sea necesariamente la clase social.

El documental deja mucho fuera que a Sadler le gustaría abordar en una serie documental: la gentrificación en las ciudades -el "efecto Venecia" que encarece la vivienda y nivel de vida por fenómeno Airbnb, la explotación laboral por el turismo sexual de algunos países asiáticos o el impacto climático de viajar.