Corría 1950 cuando Chiloé recibió la visita de José María Doussinague, embajador de España. Era la primera vez, desde los días de la anexión, que un diplomático de tal rango llegaba al Archipiélago. Lo que en principio parecía visita meramente protocolar, pronto se transformó en una verdadera gira triunfal, cargada de emoción, historia y símbolos dormidos que despertaron al paso del visitante.
En uno de sus libros, el embajador recordó una escena que lo marcó profundamente. Durante un banquete en Ancud, rodeado de autoridades chilenas, generales, altos funcionarios y vecinos ilustres, el alcalde tomó la palabra. Y con voz firme, como quien lleva la memoria de un pueblo en el pecho, dijo: "Todos los chilotes aquí presentes descendemos de quienes pelearon y aun murieron defendiendo al rey de España en la Guerra de la Independencia". El silencio posterior -escribió- estuvo colmado de emoción, de densidad histórica que se podía cortar con cuchillo.
Y el alcalde prosiguió: "En esta ciudad se mantiene vivo, más que en ninguna otra, el amor a la España imperial. Estamos orgullosos de haber permanecido fieles a esa cultura y a esa fe que ella nos trajo, y de habérselo demostrado batiéndonos por la gran España hasta ser los últimos en hacerlo en 1826".
Este suceso no ocurrió hace 500 ni 200 ni siquiera 100 años. Han pasado apenas 75 años desde ese emotivo reencuentro con la historia. Sin embargo, ni el paso del buque escuela Elcano por el canal de los Coronados -hoy conocido como canal de Chacao- ni la presencia de autoridades chilenas, tanto en el continente como en el Archipiélago, han logrado gestar un gesto simbólico que devuelva ese puente cultural y espiritual entre España y Chiloé. Ni siquiera se planteó, con la solemnidad que amerita, que la princesa Leonor pise esta tierra que sus habitantes defendieron con vida y alma para sus ancestros.
Porque estas visitas no son turismo diplomático: son un llamado ancestral que activa en cada chilote descendiente la memoria de lo que fuimos, de lo que aún somos en lo profundo. Porque en Chiloé la historia no está en los libros: camina con nosotros, habla en nuestros apellidos, se reza en nuestras iglesias y arde -silenciosa pero firme- en cada fogón. Y eso siempre generará temor.
Héctor Contador Santana