El gobierno de turno se ha obstinado en implementar reformas con lamentables resultados: miserable crecimiento económico, caída en la inversión extranjera equiparable a la ocurrida entre 1971-1973 bajo el experimento socialista de la Unidad Popular y aumento sostenido del desempleo, entre otros. Presenciamos un verdadero retroceso generalizado de la calidad de vida y el abandono de la senda del desarrollo para volver a la postración que caracterizó a Chile por décadas.
Resulta preocupante la insistencia de la izquierda en retroceder a la década de 1960: gasto público desordenado e ineficiente, rechazar la focalización de los recursos para combatir la pobreza, transferir iniciativa desde los particulares al Estado, concentrar poder y atribuciones a nivel central en desmedro de la regiones. Los promotores de este estatismo han concentrado sus ataques en el principio de subsidiariedad, llegando a señalar que esta sería la causa de todos los males e injusticias.
El principio de subsidiariedad ha inspirado la acción política y económica de las personas, la sociedad civil y el Estado en estos años. La iniciativa privada, la creatividad y el esfuerzo personal son considerados motores de desarrollo sociales. Incluso los renovados anhelos de descentralización que recorren Chile tienen como fuente este principio. En su correcta interpretación, la subsidiariedad exige un respeto y promoción de la actividad particular, una valoración de los cuerpos intermedios, y un Estado que se retraiga en aquellas actividades que no le corresponden y que actúe con decisión cuando sea necesario. Esta es la reflexión presente en "Subsidiariedad en Chile. Justicia y libertad", libro publicado recientemente por el Instituto Res Publica y la Fundación Jaime Guzmán que aborda temas como el pensamiento de intelectuales chilenos, programas de gobierno, economía, pobreza, salud y educación, y que presentaremos en Castro gracias a la invitación de Ciudadano Austral.
Columna
Álvaro Iriarte, director de formación,, Instituto Res Pública