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"Licorice Pizza": recuerdos de juventud

En febrero aterrizará en salas chilenas una de las películas más esperadas del año: la última de Paul Thomas Anderson, una mirada tan cómica como nostálgica a la California de 1973. Actúa el hijo de Philip Seymour Hoffman y Tom Waits.
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Andrés Nazarala R. - Medios Regionales

Las primeras novedades de "Licorice Pizza" las trajo un tráiler que rápidamente se viralizó a fines del año pasado. Al son de la conmovedora canción "Life on Mars" de David Bowie, presenciamos, con todas las limitaciones que imponen los adelantos cinematográficos, las postales de lo que parecía ser una de esas historias de amor llena de desencuentros.

En el adelanto se advirtió que había ahí algo de comedia, especialmente por el momento en que aparece Bradley Cooper en clave fumón de los '70. Luego todo se acelera a medida que los violines se precipitan hacia el final. Ahí la emoción crece, justo cuando se ve al gran Tom Waits dando instrucciones como un director de cine. Quien obedece es Sean Penn, manejando a toda velocidad una moto que saltará sobre el fuego. El acorde final tiene a los dos jóvenes protagonistas abrazándose con entusiasmo. La imagen es parecida al choque pasional de Adam Sandler con Emily Watson en "Embriagado de amor", también dirigida por Paul Thomas Anderson. Con un tráiler así, nada podría salir mal.

Lo interesante de "Licorice Pizza" -uno de los estrenos más esperados en salas, disponible desde febrero- es que desafía las estructuras narrativas en tiempos en que, por culpa de Netflix y sus derivados, toda producción pareciera depender del argumento. Como lo hizo en la magistral "El hilo fantasma", el guion aquí es circular. Se centra en una premisa, pero va dando vueltas para poner su mirada en otros aspectos, profundizar en el vínculo entre los personajes, romper con la sucesión lineal y causal de acontecimientos.

¿De qué se trata la película? De un actor adolescente (Cooper Hoffman, hijo del fallecido Philip Seymour Hoffman, intérprete fetiche del director) que se enamora de una chica llamada Alana Kane (Alana Haim) en el Valle de San Fernando, California, en 1973. Ese es solamente el inicio de una serie de encuentros y desencuentros a lo largo del tiempo que Paul Thomas Anderson poco interés tiene en moldear con los fórceps de las convenciones. Lo que a él le importa es recrear sus vivencias de juventud, aproximarse al clima de esos años de descubrimientos, honrar las canciones que sonaban -Licorice Pizza era, de hecho, una disquería que el cineasta frecuentaba-, evocar los autos de la época y los personajes delirantes de esa California post-hipismo, una tierra marcada por el espectáculo en la que deambulaban las viejas glorias de Hollywood.

Así lo prueba Tom Waits, haciendo de un director de cine renombrado, y Sean Penn como una celebridad atrapada en su propio ego. Es una de las escenas más memorables de un filme construido a fuerza de flashazos aislados que van construyendo un todo.

"Licorice Pizza" es cine de texturas y atmósferas. Está hecha con el material difuso de los recuerdos. Es un nuevo triunfo para un cineasta que se reinventa en cada película sin perder la identidad.

[El actor publicó un libro con sus memorias]

Héctor Noguera: "Ese niño soy yo"

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1¿Cuándo surgió la idea de hacer este libro y cómo se sumó su hijo Damián?

-Uno con el tiempo va acumulando muchas historias. Empecé a escribirlas, pero avanzaba muy poco. Ahí pensé en mi hijo Damián, que había estudiado literatura y le pareció muy buena idea. Empezó de cero. Me hacía preguntas, me hacía pensar cuáles eran las raíces de mi vocación. Me ayudaba a hacer memoria de hechos de mi juventud donde podía descubrir las razones que me llevaron a elegir el teatro. También indagaba en lo que pasaba por mi cabeza o en lo que sentía cuando estaba frente a una cámara o en el escenario mismo.

2¿Cómo fueron las jornadas entre ustedes, cómo fueron ajustando al texto los recuerdos?

-Nos juntábamos a trabajar algunos días a la semana y conversábamos. En la sesión siguiente, Damián leía lo escrito y aparecían cosas nuevas. Me asombraba con su estilo de narración, en el relato daba la sensación que estaba creando un personaje. Algo como novela autobiográfica. Me sentía un personaje de su historia. En la fase final revisamos nuevamente cada capítulo. Luego, algunas personas de la familia leyeron el texto y nos dieron su opinión. Fueron más de tres años de trabajo: un proceso lento por la memoria.

3¿Le costó afinar los recuerdos de aquella niñez?

-No me costó, porque Damián llevaba el relato al papel y yo solo recordaba. Las preguntas que hacía eran claves: saber qué me pasaba en determinado momento o qué resultado tuvo cierta situación.En algunos pasajes aparecer las respuestas. Mi mayor trabajo fue realizar esa búsqueda interna en el recuerdo donde también apareció mi infancia. Uno contiene todo el pasado, creo que nunca se borra. Ese niño no es una persona extraña, soy yo, y reproducir ese niño o lo que sentía en ese momento fue una de las partes más profundas y gratificantes del libro.

En resumen

"Hector Noguera: memorias actorales" (Catalonia) compila los recuerdos del gran actor chileno. Su historia se remontan a su infancia en una casona de calle Londres. El relato final, escrito por su hijo Damián, reflexiona en torno a su pasión y motor: Chile y el teatro.